Ningún Gobierno que se precie de practicar una política económica de inspiración o corte liberal puede atreverse a injerir en la organización interna de las grandes corporaciones de su país. Hacerlo supone una alteración y perturbación del mercado inadmisible y, además, es propio de regímenes intervencionistas.

Es posible que Isidro Fainé Casas (Manresa, 1942) haya cometido errores en las décadas que acumula como gestor de primer nivel del grupo barcelonés La Caixa. Errare humanum est. No es desdeñable que de forma reciente en la reordenación de su cartera de participaciones industriales haya sido poco sensible con respecto a la españolidad del gigante de infraestructuras Abertis o que tenga pendiente de resolver cuál será el futuro de Criteria una vez que el grupo pierda la gestión de sus filiales. También es cierto, por el contrario, que en su currículum atesora éxitos suficientes para que esos deslices resulten subsanables y, por supuesto, se minimicen.

Fainé ha alcanzado la divisa de general gracias a una astucia específica y una indiscutible capacidad de trabajo. El hoy presidente de la Fundación Bancaria La Caixa es uno de esos catalanes que concentran el poder haciendo siempre un uso intachable, sin más necesidad de reconocimiento que la constatación de todas aquellas satisfacciones alcanzadas a lo largo de su carrera profesional. Lo ha sido todo en su dilatada trayectoria: presidente de los directivos españoles, de las cajas de ahorros y hasta académico. Incluso tuvo tiempo para participar en la modernización de multinacionales españolas y europeas como Gas Natural, Suez, Repsol, Telefónica, Abertis... Por eso, no hay ministro ni presidente de Gobierno legitimado para darle órdenes sobre su proceder sin temor a invadir una esfera infranqueable de talento, discreción y capacidades.

¿Quién es La Moncloa para afear al banquero catalán que haya sido tibio con el proceso independentista catalán?

¿Quién es La Moncloa para afear al banquero catalán que haya sido tibio con el proceso independentista catalán? Quienes hemos escuchado de su boca cuál es la posición que mantiene en términos políticos sabemos que pasarle cualquier factura por su presunta permisividad con el nacionalismo es, sencillamente, un atraco. Nadie en el entorno de Mariano Rajoy puede presionar a Fainé en ese sentido, salvo que, con un egoísmo estaférmico, algunos ministros esperaran a que les sacaran las castañas del fuego político. De suceder, el Gobierno cometería un nuevo error con Cataluña, quizá uno de los más profundos de los que acumula.

Ni el propio financiero, ni las empresas que preside, dirigía y de las que era consejero han sido cómplices de la barbarie política vivida en Cataluña. Si a Isidro Fainé se le reprocha tibieza se olvida que fue quien lideró el traslado de las sedes sociales de todo su grupo fuera de Barcelona en cuanto la situación alcanzó unas cotas de riesgo muy peligrosas para empresas que cotizan en bolsa y son observadas por los mercados y los inversores de todo el mundo, independentistas incluidos.

En los años que lleva al frente del grupo, el de Manresa ha tejido un equipo de colaboradores profesionales muy próximos (una verdadera guardia de corps) que son la envidia de otras corporaciones del Ibex 35 o de las líderes europeas de sus sectores. El paso atrás en Gas Natural, donde la compleja gestión de la empresa obligaba a actuar con perfiles más próximos a los nuevos accionistas, es una prueba de que siempre ha puesto por delante los intereses del grupo a los suyos personales. En ese sentido, Fainé ha elevado a categoría una de la estrategias de su antecesor Josep Vilarasau: es tan independiente que jamás ha dejado que nadie le dicte de quién debe rodearse para gestionar con la máxima eficacia. Y eso, pese a sentir la presión del poder político en el cogote, no deja de ser un activo más en su currículum vitae.

Pocos empresarios quedan en España con una dimensión social de su actividad profesional tan presente. No es que Fainé sea una rara avis, sino que con los años ha combinado de forma inteligente los ratios financieros con un humanismo de clara inspiración espiritual, pero de tono incluyente. La Obra Social de La Caixa, que ha alcanzado ya una fase de excelencia, es y ha sido una de sus mayores preocupaciones.

Fainé ha combinado de forma inteligente los ratios financieros con un humanismo de clara inspiración espiritual, pero de tono incluyente

Por si los méritos del banquero catalán fueran pocos, una vez fallecidos personajes coetáneos de la talla de Emilio Botín e Isidoro Álvarez o retirado de la primera línea su amigo César Alierta, el de Manresa es de los pocos que trabaja a favor de una dimensión social de la empresa y del mundo de los negocios. Es poco sabido, pero entre ese grupo hubo intentos de reconducir la crisis política que ha vivido España en los últimos años a cuenta de la estructura territorial. Y Fainé no fue de los que se arrugó, mientras el equipo de Rajoy estaba a por uvas. Al presidente del grupo La Caixa, paulatinamente apartado de las funciones ejecutivas más exigentes, le queda aún un corolario para su biografía: ser quien tienda puentes de diálogo, quien traspase a los más jóvenes la sensibilidad por un mundo empresarial más reputado y responsable y, no menor, reestablecer los lazos entre Barcelona y Madrid que saltaron por los aires.

Que el Gobierno español amparara ahora movimientos u operaciones alrededor de Fainé sería una mala y grave noticia para Cataluña, tanto para los que están en tesis independentistas como para los constitucionalistas. La autonomía del mundo económico debiera ser sagrada si no queremos asimilarnos con repúblicas bananeras. Quienes puedan perseguir que Fainé retroceda a la condición de soldado se equivocan: el banquero ha hecho más por agrandar la sala de máquinas empresarial catalana que todos los políticos de su generación juntos. No verlo, intentar influir en sus decisiones u obligarle a dar pasos en falso que le dejen desprotegido ante la vorágine sólo puede obedecer a una miopía política preocupante.

Coda: "La fidelidad es el esfuerzo de un alma noble para igualarse a otra más grande que ella" (Goethe).