Los resultados de las elecciones generales aportan algunas lecciones que se deberían atender. Los ciudadanos envían señales de que están a favor de posiciones alejadas de los extremos. Pero la interpretación no es unívoca. No puede serlo. Han pasado demasiadas cosas como para que ahora ya tengamos la solución. El PSOE se ha establecido en el centro político, pero con un peso todavía modesto. Es el primer partido en España, pero todo dependerá de su inteligencia para adoptar pasos que posibiliten el diálogo, no sólo respecto al independentismo catalán, sino también, y más importante todavía, respecto a los partidos del centro-derecha, el PP y Ciudadanos. Es un equilibrismo necesario y obligado, que no sólo depende del buen criterio o de la voluntad de Pedro Sánchez.

En el otro lado la interpretación también puede diferir. Esquerra Republicana ha sido el primer partido en Cataluña. Es la primera vez que ocurre. La diferencia con el PSC es pequeña, pero los republicanos han quedado primeros, pasando la barrera del millón de votos. Y la primera idea que surge es que Esquerra ¡quiere participar en la política española!

Un argumento posible, para desairar esa afirmación, es que el personal de Esquerra no está por la labor, que sólo pretendía golpear el tablero y demostrar que ha ganado la partida al mundo exconvergente y prepolítico de Junts per Catalunya, que, con Carles Puigdemont, está en otra cosa. De acuerdo. Pero, ¿quién quiere escuchar a Esquerra, quién quiere pensar que esta vez el viejo partido republicano, siempre con grandes dudas sobre su propia existencia en el mundo, desea hacer política sin maximalismos, con ciertas garantías y con la voluntad de llegar a acuerdos?

La vida política española y catalana necesita tiempo. El 26 de mayo se celebrarán otras elecciones: autonómicas y municipales, en las que Esquerra se juega el inicio de una posible hegemonía política. En el conjunto de España, el Gobierno que pueda constituir Pedro Sánchez necesita experimentar que puede funcionar en solitario, con apoyos a izquierda y derecha. Y la misma sociedad catalana precisará de un precioso tiempo para encauzar la división que se ha producido en todos estos años. Nadie canta victoria. Nadie considera que España en su conjunto haya podido pasar una etapa que ha sido muy negativa, porque ha anulado la propia acción política, propia de una democracia de primer nivel. Pero se ha abierto un espacio nuevo.

Habrá dirigentes que no quieran saber nada de ese posible diálogo, porque no lo ven, en realidad, deseable. En Cataluña, en cualquier caso, esa posición ha sido castigada. Es mejor atender la realidad, guste o no. Se puede, por supuesto, insistir en un determinado proyecto y tratar de convencer al electorado. Pero hay una cuestión principal: creer que se tiene la razón no es garantía de éxito. Hay que hacer ver que se tiene razón, hay que saber vehicular un determinado mensaje. Y, por ahora, a quien esa sociedad catalana ha premiado ha sido a ERC, por un lado, y el PSC, por otro. Y ha castigado, aunque en proporciones diferentes, al PP, con Cayetana Álvarez de Toledo, y a Junts per Catalunya, con Carles Puigdemont al frente.

¿Es suficiente para abrir una ventana de oportunidad? Los próximos meses lo reflejarán. Esquerra, sin embargo, está ante un reto mayúsculo. Si partimos de esa tesis inicial, la de querer jugar en la política española, la de utilizar sus diputados para negociar y llegar a acuerdos en beneficio de todos los españoles, catalanes incluidos, la responsabilidad será enorme y el premio y el castigo también: Esquerra entrará a formar parte del grupo de partidos que toma decisiones --un posible nuevo Estatut refrendado por los catalanes-- o quedará marginado por mucho tiempo. Sus dirigentes deberán elegir, y sin la excusa de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los políticos independentistas presos, que ya llegará y ya se verá si es condenatoria, y si lo es en qué términos.

Es un reto, pero es un reto interesante y que Esquerra parece que quiere asumir. Habrá que escuchar a Esquerra, teniendo en cuenta --como otros partidos-- los errores cometidos en el pasado, sus dificultades para tejer una organización interna sólida y sus dudas sobre lo que representan.

Todo lo expuesto quedará en papel mojado si Esquerra sufre, como otras veces, el vértigo de su historia reciente. Todos los hombres y mujeres en puestos determinantes de Esquerra deberán elegir. Ahora puede que haya quien quiera escucharlos, incluso a Gabriel Rufián, que va aprendiendo las exigencias para ser un político responsable.