Existen los cargos electos y los cargos selectos. Jordi Puigneró es lo segundo, en el sentido literal y figurado del término. Fue seleccionado por su partido, Junts per Catalunya (JxCat), como su hombre fuerte en el Govern presidido por Pere Aragonès. Y forma parte de ese selecto grupo de neoconvergentes que se han dado de plazo dos años para asaltar las estructuras orgánicas del partido y reivindicarse como los guardianes de las esencias independentistas.

Junto a Laura Borràs la que se niega a hablar en castellano, Quim Torra, el que alecciona a Aragonès tras su esperpéntico mandato y Josep Costa, admirador de los modos agitprop de Trump, Puigneró forma parte de un drean team secesionista y cumple fielmente las consignas identitarias de su partido. A saber. Que a la menor oportunidad, hay que criticar al "pérfido" Estado español. No importa el tema a tratar o debatir. Y si se puede ser un poco original, pues mejor.

El vicepresidente catalán lo es. No tanto por ese “teleatrac” que atribuye a los gobiernos españoles por el pago de peajes, sino por la imaginativa forma que tiene Puigneró de distorsionar la realidad, olvidando en este caso que la Generalitat ha prorrogado concesiones durante años y mantiene el pago en las vías que gestiona, nada baratas, por cierto. O anunciando, vía comunicado de prensa, que "ante la falta de definición del modelo futuro (sic)", el Govern asumirá el coste del mantenimiento de las autopistas liberadas. Traducción: ni idea de cómo gestionar el tema pues, hoy desmantelo cabinas y barreras, pero a lo mejor dentro de dos años las vuelvo a instalar para aplicar la viñeta.

Pero ¿qué se puede esperar de alguien que se apuntó al revisionismo histórico del Institut Nova Història (INH), hasta el punto de prologar un libro de su fundador, Jordi Bilbeny? Puigneró, hay que recordarlo de nuevo, defiende la catalanidad de Cristóbal Colón, Leonardo da Vinci, Santa Teresa de Jesús y CervantesJoan Canadell también apoya esas creencias, en su caso de forma económica, pues aseguró en su perfil de Twitter que pagaba cada mes 200 euros al INH.

No es de extrañar que Aragonès intentara por todos los medios evitar que fundamentalistas del procés como Ramón Tremosa o Canadell formaran parte de su gobierno. El expresidente de la Cámara de Comercio, hoy diputado raso, se autoexcluyó de esa posibilidad, que nunca existió en las negociaciones entre ERC y JxCat. Pero el president no pudo evitar que le colaran a Puigneró. Y ahora tiene como número dos del consell executiu a quien arremete contra su Mesa de Diálogo y asegura que “lo volveremos a hacer cuantas veces haga falta”. Una advertencia que comparten Borràs y Torra, independentistas unilaterales, y que pesa como una losa sobre la gestión del republicano.

Dicho de otra manera, Puigneró es el peaje que Aragonès ha tenido que pagar por renovar su coalición con JxCat. Una coalición que hace aguas por todos lados, que debilita las instituciones y que sigue generando inestabilidad. Pero el dirigente republicano tiene la oportunidad de demostrar que es él quien toma las decisiones en Palau, incluidas las que tienen que ver con la gestión, y que tiene una estrategia para salir del atolladero procesista.

Otra cosa es que esa apuesta de Aragonès falle y JxCat vuelva a las andadas. El tiempo dirá qué decisiones tomará ERC entonces. Pero eso es hablar de futuribles. Hoy por hoy, el activismo secesionista está desmovilizado --atención a la Diada y a la crisis que sufre el Consejo para la Republica, ese chiringuito liderado por Carles Puigdemont desde Waterloo-- y los catalanes, independentistas o no, acusan hartazgo.