No hay mejor recurso que el refranero para atraer hasta nuestros días la sabiduría acumulada por nuestros ancestros. Vayamos con uno de esos aforismos: “El hombre honrado, de su palabra es esclavo”. No hay más que decir. El refrán se sobra para definir a quienes predican algo en lo que no creen o se comprometen a trabajar en un determinado sentido y luego se olvidan raudos.

Algunos ejemplos en Cataluña muy recientes y actuales:

Joan Laporta. El actual presidente del Barça ganó las elecciones de principios de este año con dos ideas fuerza que eran el eje central de un insulso e inconsistente programa electoral. La primera de ellas consistía en presentarse como el único presidente capaz de retener a la leyenda del barcelonismo de todos los tiempos, Lionel Messi. Por activa, pasiva y hasta por perifrástica, el abogado se comprometió a garantizar que el astro argentino se quedaría en el club. Lo demás ya lo saben. También insistió mucho, en exceso quizás, en los temas económicos que iba a heredar y de los que dice sorprenderse. Es una mentira colosal solo con recordar la campaña que hizo su candidatura. Laporta porfió con que bajo su mandato el Barça no se convertiría en una sociedad anónima deportiva (SAD), que mantendría su arcaica y trasnochada estructura para que la entidad fuera de los socios. No ha acabado su presidencia, pero tantas veces lo dijo como probabilidades existen de que el club caiga de bruces en la nueva estructura para evitar una insolvencia que ya se rumorea entre los mercantilistas de la ciudad. De hecho, la cantinela de los últimos días es que ante las arremetidas de la empresa MCM (vinculada a Mario Conde), que en 2020 instó incluso una insolvencia del club por unas deudas discutidas legalmente, los jueces especializados de Barcelona esperan que les aterrice en sus despachos la petición del artículo 5 bis, el que las empresas disponen a modo de preconcurso de acreedores para negociar con más fuerza ante aquellos que reclaman cobrar.

Ada Colau. Ahora parece que empieza a entender la necesidad de que la Guardia Urbana de la Ciudad Condal no sea un cuerpo policial de carácter pseudofolclórico. La alcaldesa de Barcelona es la campeona de los incumplimientos, a la par que un personaje de la vida pública catalana que puede perpetuarse peligrosamente en su actual entorno gracias a su camaleónica capacidad de adaptación al medio, incluso cuando es hostil. Llegó y dijo que limitaría el salario de los políticos. También anunció que se desplazaría en transporte público. Ah, y que limitaría los mandatos para que nadie de su formación pudiera acomodarse en los cargos. Y, más cosas: que frenaría los desahucios, lograría más vivienda social y una mejor ciudad en términos de seguridad, movilidad… Plaff, las promesas de la alcaldesa fueron más efímeras de lo previsible. Como escribió Joaquín Sabina, sus compromisos duraron lo que aguantan “dos peces de hielo en un whisky on the rocks”.

Carles Puigdemont, Jordi Sánchez, Jordi Turull, Josep Rull, Oriol Junqueras et altri… Lo de estos dirigentes es la sublimación de las promesas quiméricas incumplidas. Independencia, república… Ahora viven, en el seno de una secta cada vez más decreciente, en una ucronía que considera el 1 de octubre de 2017 como la sublimación de unas aspiraciones que elevaron a la categoría de posibles. No respetaron al resto de catalanes, pero quienes obraron con exigua categoría democrática aleccionan a los demás sobre demofobias, represiones y otros conceptos que les permite mantener viva una llama que se extingue. El procés y los hechos de octubre de 2017 fueron como la erupción del volcán de la isla de La Palma: muy violenta, preocupante por desconocida y arrasadora con lo que se interpone al paso de su lava incandescente. Tras la explosión quedará un paisaje lunar de desertización y vida extinguida. Demasiado parecido al legado que nos deja su actuación en la Cataluña de hoy.

Apenas se trata de tres ejemplos someros de los nuevos sacerdocios y las promesas rotas en tierras catalanas. Como líderes religiosos de sus tribus son incapaces de mirar alrededor y atender cualquier visión crítica. Su nivel de compromiso con la palabra dada es nula en términos relativos. Con envolverse en sus respectivos credos confeccionan la excusa perfecta. Decía Séneca que la religión es algo verdadero para pobres, falso para sabios y útil para dirigentes. Con tenerlo en cuenta y no perder el norte, los ciudadanos podemos tener más que suficiente.