G. K. Chesterton explicaba que no quiso ser político porque, a su juicio, “es mucho más deseable hacer reír a la gente directamente y a propósito que hacerlo por casualidad”. La carcajada que soltaría este escritor inglés (1874-1936) ante las ocurrencias de Carles Puigdemont resonarían a través del tiempo. Insiste el de Girona en gobernar a distancia y gracias al dinero de su amigo, al empresario Josep Maria Matamala, quiere convertir una mansión situada en Waterloo en su cuartel general, mientras sus ninis se ocupan del día a día en Cataluña.

¿Que quiénes son los ninis de Puigdemont? Pues una pléyade de ideólogos que ni han gobernado ni tienen experiencia política, que se sienten muy a gustito conspirando en los despachos. Son los arquitectos de una nueva forma de manejar la res publica donde no hay ni empatía ni carisma. Mucho activismo intelectual, pero poca trinchera. Lo de salir a la calle es demasiado loser, a pesar de que varios de ellos son periodistas --alumnos aventajados de Jaume Clotet o Joan Maria Piqué, con un poco más de recorrido--, como lo es su líder.

El futuro de Cataluña está en manos, entre otros, de un exdirector de radio eclipsado por su locutor estrella, como Eduard Pujol; un educador social también periodista, vinculado a varias ONG subvencionadas por el Govern, Francesc de Dalmases; una exnadadora, Anna Tarrés, apodada la Esther Williams del Parlament, o una historiadora aficionada a las tertulias mediáticas, Aurora Madaula, con demasiado carácter, dicen.

Rodea a Puigdemont una pléyade de ideólogos que ni han gobernado ni tienen experiencia política, que se sienten muy a gustito en los despachos

Parece ser que la génesis de ese experimento llamado Junts per Catalunya está en un viaje que Madaula, su pareja Agustí Colomines y el matrimonio formado por Elsa Artadi y Heribert Padrol hicieron hace un par de años a la Provenza. Padrol fue diputado de CiU en el Congreso, pero ni él ni Colomines han formado parte de la candidatura de Puigdemont, aunque influyen ¡y de qué manera! en las decisiones del exalcalde.

Puede que Artadi sea la más preparada intelectualmente para sustituir a Puigdemont si, finalmente, el cabeza de lista decide dar un paso al lado. Pero si se convierte en presidenta, debería renovar su fondo de armario y prescindir de esos abrigos de 1.000 euros que utiliza en las concentraciones independentistas. No olvidemos que, por mucha catarsis convergente que nos intenten vender, JxCAT es derecha y pija. Y en algunos casos, clasista. No pasa nada por asumirlo. Se entendería mejor esa tendencia a lo telemático, lo no presencial, lo distante.

Así es la galaxia Puigdemont, que sobrevive gracias a la disonancia cognitiva de sus acólitos y a una fe que Chesterton, católico confeso, conocía bien.