En el mundo en general, y en Cataluña en particular, las aguas siguen bajando revueltas. Cuando ya comenzábamos a sobrellevar las consecuencias de la crisis económica, estalló la traca final del procés (sin olvidar los atentados). Y entre los privilegios de los presos y los malabares de unos y otros para permanecer en el poder… ¡tachán!: Coronavirus. Tendremos semanas, bien confinados, para seguir profundizando en este nuevo tipo de guerra mundial. No obstante, no hay que dejar pasar ni un día más para cuestionar la ¿gestión? del Govern cuando hay problemas.

Tratemos de olvidar que hablamos del coronavirus --tarea harto difícil, dado que esto sí es un monotema, y no lo del procés-- y centrémonos en cómo gestionan nuestros representantes un problema de tal magnitud. En Cataluña todo era perfecto hasta que no hubo marcha atrás. Torra bastante tiene con lo suyo, que es mantener viva la llama de la confrontación, pero uno siempre tiene la esperanza de que alguno de los que viven de nuestros bolsillos estará a la altura. Ingenuo.

Esta crisis comenzó oficialmente en diciembre, aunque estalló en enero. La lógica invita a pensar que un virus tan contagioso, en un mundo globalizado, es como esa ardilla capaz de cruzar España sin tocar el suelo. No hace falta tener muchos estudios para ello, digo yo. La cuestión es que se veía venir que el SARS-CoV-2 llegaría a Cataluña, a España, en horas. Tal vez, días. Y se demuestra una vez más que los políticos no están a la altura. Poca vocación veo.

Es el caso de Alba Vergés, consellera de Salud, que no ha dado una en este asunto, y se supone que es la más preparada (o debería serlo) para ello. De hecho, tiene incluso dificultades para expresarse en castellano cuando su interlocutor lo requiere. Negó la mayor desde el día 1. Incluso cuando desde Italia llegaban datos de cientos de contagios, ella echaba balones fuera. Claro, para cuando quiso actuar ya era tarde. Eso sí, que no falten el lazo amarillo ni la mención a su familia en rueda de prensa (lagrimita incluida) si recuerda que su pueblo es uno de los más afectados. Totalmente fuera de lugar. ¿En manos de quién estamos?

Tampoco hay que pasar por alto la inefable ayuda del secretario de Salud Pública, Joan Guix, otro visionario del lazo amarillo. Nada, que aquí tampoco iba a llegar el problema. ¿Será que somos una raza superior? Está claro que no, y si algo tiene el coronavirus es que nos iguala a todos, porque no entiende de ideologías, ni de clases, ni de fronteras. Lástima que, en vez de unirnos, parece que nos va a separar más. O no. ¡Hasta el contagiado Quim Torra dice que le importan un rábano las señas de identidad, que lo primero es la salud! Realmente debe ser peligroso este virus.

El Gobierno tampoco ha actuado a tiempo para frenar esta crisis. Pero viendo la pésima gestión de la Generalitat, mejor que sea una única voz la que lo controle todo antes que 50, y ninguna adecuada.

Cuando pase todo, habrá que pedir responsabilidades. Si los que mandan no se enteraron de lo que venía, que dimitan. Si lo sabían pero no le dieron importancia, que se vayan. Si no están preparados para afrontar problemas así, mejor que no sigan. Y si nos han mentido, que dejen paso a otros.

Por desgracia, las mentiras son habituales en política. Pero en Cataluña llevamos una racha… Ni somos una república ni somos inmunes al coronavirus.