Ha vuelto a ocurrir. La Plataforma per la llengua ha pedido que se subtitule el castellano en TV3. Lo ha hecho con motivo de la entrevista al jefe de la oposición en el Parlamento de Cataluña, Carlos Carrizosa (Cs), que respondió en español todas las preguntas que le formuló Vicent Sanchis. Y no explotó el mundo por ello. Incluso ambos bromearon con esta situación excepcional en la cadena. Pero la entidad tiene que justificar las subvenciones y esta es una buena manera. Su argumento es que hay muchos catalanes que no entienden la lengua de Cervantes. Se refiere a los norcatalanes (a los franceses del sur, vaya). Ver para creer. ¿Pero no se supone que Ciudadanos no interesa a nadie?
Este es solo un ejemplo más de la situación lingüística en Cataluña. Menos mal que los tolerantes de Plataforma per la llengua en ningún caso pretendieron que Carrizosa hablase en catalán, sino que solo pidieron los subtítulos. Será que en la escuela dieron pocas clases en castellano y tienen alguna dificultad con el idioma, porque la excusa de los franceses no se sostiene. El español, de hecho, está marginado en la Administración autonómica, en los medios de comunicación públicos y en la enseñanza reglada. Por lo tanto, no es solo una cuestión de las entidades subvencionadas. Como muestra, el posicionamiento radical de la consellera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, por la “castellanización” de TV3. Es la misma que defiende la “raza catalana” y que dice que la “lengua propia de Cataluña es el catalán”.
Con todo, estos casos me sirven para corroborar que en Cataluña se valora más un catalán repleto de errores que un español excelso. Es así de triste. Basta con dar una vuelta por cualquier barrio para comprobarlo. Porque dice la Ley 1/1998, de 7 de enero, de Política Lingüística que “la señalización y los carteles de información general de carácter fijo y los documentos de oferta de servicios” deben estar redactados, “al menos, en catalán”. Y sangran los ojos al ver según qué cosas. Todos hemos conocido algún caso de multas cuantiosas por no hacerlo (se ve que lo de acatar la ley y asumir las consecuencias de no seguirla también va por barrios). “Esta norma no se aplica a las marcas, los nombres comerciales y los rótulos amparados por la legislación de la propiedad intelectual”, matiza.
En efecto, muchos comerciantes priorizan el catalán --y aparcan el castellano-- por imposición. Y pasa lo que pasa. Que si cuina vasca (cuando debería ser basca), que si bicicletas (por bicicletes), que si de un y desde (en lugar d’un y des de), que si extrangeria (por estrangeria)... los ejemplos son innumerables. No me consta que nadie haya avisado de estos errores a los comerciantes porque, a fin de cuentas, suenan en catalán. El cómo esté escrito parece que no importa. Es decir, que por proteger un idioma, están destrozando dos. Eso solo puede surgir de la cabeza de los genios.
Por cierto, esa misma ley, en su preámbulo, afirma cuestiones que no hacen sino reforzar la manipulación del nacionalismo (la última de estas trampas consiste en censurar la palabra “ilegal” en el Parlament cuando se refiera al referéndum del 1-O). Así, la norma de 1998 desliza que “la lengua catalana es un elemento fundamental de la formación y la personalidad nacional de Cataluña”; “siempre ha sido la propia del país y se ha visto afectada negativamente por algunos acontecimientos de la historia de Cataluña, que la han conducido a una situación precaria”; y ha sufrido “persecución política y la imposición legal del castellano durante más de dos siglos y medio”. Asimismo, lamenta que “muchos ciudadanos y ciudadanas del territorio de Cataluña --que no catalanes, ojo-- tienen como lengua materna la castellana”.