Decía el escritor Anatole France que una necedad repetida por 36 millones de bocas no deja de ser una necedad (aunque ejemplos como este hay decenas). Y en esas estamos, en ver quién la dice más gorda, pero sin que se note. Los políticos son cada vez más peligrosos, porque dominan el arte de la oratoria y, por lo tanto, saben cómo manipular con sus palabras. Siempre ganan, como la banca. Basta con ver lo que dicen (casi) todos en cada noche electoral.
El lenguaje es el arma más poderosa, y siempre lo ha sido. Pero en el mundo de Gran Hermano (el nuestro) todo se magnifica. En este caso, la gran oferta de plataformas y redes sociales permite replicar un mensaje a toda velocidad, como si de una pandemia se tratase. Y el antídoto que pretenden inocular algunos pasa por tergiversar las palabras, deformar las normas y calificar de fake news todo lo que resulta molesto.
Es el caso de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que atribuye todos sus problemas a la “derecha” y a las “fake news”. Vamos, que alguien de izquierdas no puede cuestionar su dudosa gestión de Barcelona, porque pasa directamente al bando de la ultraderecha. O al del “neofascismo”, donde sitúa Colau a la candidata del PP a la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. ¿Se debe tolerar esta manipulación? ¿Hay que aceptar que forma parte del juego de la política actual? En todo caso, la aparición de la extrema derecha --que parece la causa de todos los males-- es consecuencia de una mala gestión de los gobernantes; si todo fuera miel sobre hojuelas, los radicales no tendrían oportunidades.
Tampoco se queda atrás Díaz Ayuso con su “comunismo o libertad” en su particular enfrentamiento con el sorprendente rival que tendrá en las urnas el 4 de mayo: Pablo Iglesias. Como eslogan, un 10, aunque del dicho al hecho hay gran trecho. Pero en política parece que todo vale, y cada palabra esconde una trampa. Que se lo digan a Miquel Iceta. El ahora ministro aseguró que sería el candidato del PSC el 14 de febrero pero, al final, el elegido fue Salvador Illa. Cuando se lo reprocharon, recordó sus palabras: “Dije ‘en este momento’”. Y en ese momento era el candidato. ¡Se las sabe todas!
Los miembros y miembras del PSOE, por cierto, llevan ventaja en esto de modificar el vocabulario a su antojo. Comenzaron con el llamado lenguaje inclusivo, que algunos (como los comunes y la CUP) han mejorado hasta el punto de convertirlo en exclusivo del género masculino. Están bien organizados, usan las palabras a modo de idiotizador, hacen el ridículo, pero su mensaje va calando y son muchos sus adeptos. Lo que diga el rebaño. Por el contrario, pocos se preocupan de hacer de contrapunto.
En Cataluña, la manipulación del lenguaje es esencial para la construcción del relato independentista (con la ayuda de medios muy, muy subvencionados). Bajo el paraguas de la democracia todo sirve y, de lo contrario, es que no eres un demócrata. ¿Qué hay más democrático que un referéndum? ¿Qué hay más democrático que defender la libertad de expresión? ¿De verdad hay que inhabilitar a un presidente por una pancarta? Son muy hábiles, pero hay que estar alerta, porque es fácil caer en la trampa. ¡Cuidemos la lengua!