Enésima advertencia del mundo empresarial: “Cataluña puede quedar atrapada en una espiral de irrelevancia económica, de lenta pero inexorable decadencia”.
En esta ocasión ha sido el Círculo de Economía el que, a través de un comunicado, ha criticado la ideologizada gestión del Govern y de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, pues impide impulsar proyectos imprescindibles para la recuperación postCovid. Este lobi se fija en ciudades como Milán o Lisboa, pero no hace falta ir tan lejos. En España tenemos ejemplos de prosperidad en zonas que el nacionalismo catalán siempre miró con desprecio ("turismo de sol y playa"), cuando no con supremacismo ("los vagos andaluces").
Málaga, hoy por hoy, supera a Barcelona en dinamismo I+D gracias a un potente parque tecnológico que ya quisiera para sí Artur Mas, quien prometía en 2012 convertir Cataluña en la “Massachussets de los Estados Unidos de Europa”. Aunque ya sabemos dónde quedan las promesas del expresidente catalán, quien ahora admite que la secesión exprés anunciada en 2014 fue un error fruto de la “presión” de la CUP: “Algunos sabíamos que no era tan así”.
Cataluña sería hoy ese hub tecnológico soñado por Mas si precisamente no se hubiera embarcado en proyectos independentistas ilusorios y divisorios. De pretender ser un polo de atracción de empresas, Cataluña acabó siendo escenario de una fuga de sociedades que el separatismo más recalcitrante ninguneó. Es el mismo que hoy gobierna esta autonomía, aunque con intercambio en la presidencia de la Generalitat.
El acceso a la presidencia de ERC daba buenas vibraciones a los empresarios, pues el discurso de Pere Aragonès era menos incendiario y más dialogante que su sucesor, el irrelevante Quim Torra. Pero cinco meses después de tomar posesión del cargo, Cataluña carece de presupuestos para 2021 y de la inversión asignada por el Gobierno para ampliar el aeropuerto de El Prat. Las discrepancias entre ERC y Junts per Catalunya, unidas a las exigencias --de nuevo-- de los antisistema, lastran la poca iniciativa económica que le queda a un Goven que asegura luchar contra las desigualdades sociales, sin que todavía sepamos qué tipo de políticas fiscales piensa aplicar o si revertirá de una vez por todos los recortes sociales de Mas, el mentirosillo.
¿Cuál es el secreto del auge de ciudades como Málaga, o más recientemente, comunidades como Murcia? Pues hablar poco de política y mucho de proyectos. Que la exalcaldesa de Madrid, la podemita Manuela Carmena, asegurara públicamente que votaría a Francisco de la Torre (PP), alcalde de Málaga, dice mucho de la importancia de dejar en un segundo plano la consigna política y remar en una misma dirección para que las cosas funcionen.
En una entrevista en Crónica Global, el edil confesaba con gran deportividad que envidia tanto el distrito financiero 22@ como la Ronda Litoral. Y también que había competido por ser candidata a la sede de la Agencia Europea del Medicamento, a la que aspiraba Barcelona. Ganó Amsterdam. Corría 2017, año donde el procés había llegado a su punto álgido.
Nunca sabremos qué otras inversiones pudieron prosperar si el Gobierno independentista no hubiera planteado su desafío. Pero sí hay experiencia acumulada para saber que la inestabilidad política no casa bien con los proyectos económicos. Y que estos prosperan gracias a una colaboración público-privada que no es sinónimo de capitalismo salvaje. El gasto social también es inversión productiva y el reparto de los riesgos entre los actores del contrato social --individuos, empresas y Estado-- es revisable, según debatían hace unos meses la exvicepresidenta segunda del Parlament y actual portavoz del PSOE en el Senado, Eva Granados, y el expresidente del Círculo de Economía, Antón Costas.
El problema es que Aragonès no parece dispuesto a salir de sus apriorismos, algo que comparte con Colau. Eran tantas las esperanzas depositadas en ERC que incluso se le perdonaban sus sumisiones a Carles Puigdemont, y se interpretaban como grandes victorias sus apuestas por el diálogo y el desmarque de la vía unilateral. Que lo son, pero el republicano no ha ido más allá. Negocia, sí, pero con propuestas maximalistas. Acude a foros empresariales, efectivamente, siempre y cuando no coincida con el Rey. Quiere gestionar el “mientras tanto” en contra del secesionismo radical, pero tira de antiguas iniciativas bloqueadas por el mismo gobierno del que formaba parte en el anterior mandato, precisamente por las diferencias ideológicas con sus socios.
Al otro lado de la plaza Sant Jaume ocurre algo parecido, pues Colau antepone la consigna al pragmatismo que necesita una ciudad como Barcelona, donde confluyen muchos intereses, y no solo los que representan al activismo que la vio crecer políticamente. Su rechazo a ampliar el aeropuerto, así como al sector de la automoción, en pleno resurgimiento de deslocalizaciones, es temerario. Sobre todo si no se tiene un modelo alternativo de ciudad.
¿Quién no apoyaría una apuesta decidida por mejorar el acceso a la vivienda o por la lucha contra el cambio climático? El problema es que hay que pasar a la acción, y eso requiere habilidad para crear sinergias entre esos tres grandes actores del contrato social. Dar la espalda a uno de ellos es negar la realidad. O hacer de antisistema dentro del sistema. Algo que no funciona.
“Todo suma. La cooperación de todos los agentes es importante. Nos da igual quién gobierne. Si no hay un buen estado de ánimo social en un ecosistema de innovación, funciona peor", explicaba a este medio Felipe Romera, director del Málaga Tech Park. Y va a tener razón.