¿Cómo ser honesto? Es una pregunta que se la debe formular el independentismo en su conjunto. Los dirigentes de los partidos, pero también, o fundamentalmente, los líderes de los movimientos soberanistas. La pregunta la debería interiorizar Elisenda Paluzie, al frente de la ANC, pero también Roger Torrent, presidente del Parlament, y Carles Puigdemont o Artur Mas. Intentar contestarla llevaría a la principal conclusión: para ser honesto, hay que comenzar a retirar los materiales funestos que se han utilizado. Y uno de ellos, al margen de aquel “derecho a decidir” de muy dudosa calidad democrática, es el referéndum de autodeterminación. La obsesión por el referéndum se debería dejar de lado. No lleva a ninguna parte, y mantiene la ilusión a una parte significativa de la sociedad catalana. Es un elemento divisorio, y no tiene ningún sostén en el ámbito internacional.

Entonces, ¿por qué no se retira ya del mercado? ¿Qué hace falta para que el nacionalismo --al final y desde el inicio, de lo que se trata es de nacionalismo-- atienda los retos del presente? El referéndum se ha convertido en fetiche, en una finalidad, cuando se suponía que era un instrumento. Eso no lo acaba de entender ese pequeño grupo de dirigentes que ha estropeado este país sin remedio para una buena temporada. ¿Por qué?

Porque pensar en otra cosa significa, sí, pensar en alternativas viables y razonables. El problema de una comunidad política como es Cataluña es el mismo que tienen otros territorios con características comunes. El objetivo debería ser el de reorganizar los diferentes niveles de gobierno, con la idea de que todos somos múltiples, todos tenemos diferentes conexiones con comunidades distintas. Un ejemplo: la Generalitat, desde su recuperación en 1980, ha podido distribuir mejor su presencia en el llamado territorio, ha podido reequilibrar el poder entre sus distintas comarcas. ¿Por qué el sur de Cataluña se siente discriminado, por qué en Terres de l’Ebre se cree que todo se cuece por unas élites en Barcelona?

Ser honesto es decir que has cometido un error. Y supone mirar hacia el futuro. El catalanismo en su conjunto debería ya recomponer filas y hacer bien lo que ha sabido hacer bien: gobernar, reformar, actuar como pegamento social, y ser fiel con el conjunto de la sociedad española.

Esquerra Republicana y lo que se reorganice de Junts per Cataluña pueden caminar en esa senda. Pero, primero, deberán explicar muy bien que se han acabado las falsas rutas, la petición una y otra vez del referéndum, ahora con el ropaje a la canadiense de la Ley de Claridad, que en España se llama Constitución española. ¿No se dan cuenta de lo que ocurre con el Brexit? ¿No entienden que no se puede pedir a nadie que opte sobre algo que ni le pasa por la cabeza que se pueda dividir?

Pantalla pasada. La vía unilateral y el referéndum. Toca olvidarse de todo eso. Y analizar qué necesita una administración como la Generalitat, qué precisa el municipalismo, qué carencias tiene un sistema de consejos comarcales, qué ocurre en el ámbito universitario, qué pasa con la formación dual de la FP, y cómo se logra que pueda interesar más la literatura escrita en catalán, por ejemplo.

Por ello, lo ocurrido en la Diputación de Barcelona puede ser interesante. Un acuerdo entre Junts per Catalunya y el PSC rompe el bloque independentista, aunque se adopte el lenguaje municipalista como excusa. Es un buen comienzo.

Ferran Valls Taberner se equivocó cuando calificó de “falsa ruta” la apuesta política del catalanismo. Lo hizo al abrazar la causa franquista, que le llevó a cambiarse el nombre por Fernando, acusando al catalanismo de todos los males por haber llegado, en Cataluña, a una situación de caos. Aquella no fue una falsa ruta. Hubo muchos otros elementos en juego, pero sí es cierto que en el interior del catalanismo había factores rupturistas de carácter independentista que han vuelto a surgir en los últimos años. Y esa sí es la falsa ruta. No lleva a ninguna parte. ¿Por qué no pasamos página cuanto antes?