¿Es la concesión de los indultos a los líderes del procés un acto de valentía? ¿O es más valiente oponerse a esta medida de gracia? ¿Quién gana más con el semiperdón a los responsables del 1-O? ¿España? ¿El Gobierno? ¿El independentismo? ¿Nadie?

Desde que comenzaron a circular los rumores sobre la posibilidad de conceder los indultos, el relato se ha acelerado. El discurso oficial arrasa con todo, y se consolida como la única opción válida. Quien defiende lo contrario cae directamente en el saco de la derecha, en tono despectivo, y bajo el cobijo de Vox.

Resulta curioso que el Gobierno vaya a conceder los indultos (ya lo dicen abiertamente el presidente y distintos ministros) sin que los condenados los hayan pedido. Es más, Oriol Junqueras llegó a decir, hace meses, “que se los metan por donde les quepa”. Tampoco ninguno de ellos se ha disculpado por lo hecho, al contrario: Ho tornarem a fer, “no son la solución”.

Por si fuera poco, los gestos del independentismo desde que se conoce la próxima medida de gracia no ayudan a comprenderla: desobedecen a la justicia en el asunto de la libertad de elección lingüística en los exámenes de la selectividad y, ahora, tanto el president, Pere Aragonès, como el vicepresident, Jordi Puigneró, plantarán al Rey en la cena del Círculo de Economía. El jefe del Estado es, por si lo habían olvidado, quien debe firmar esos indultos.

El discurso está muy bien armado --aunque Pedro Sánchez deberá explicar muy, muy bien la decisión del Gobierno--, y se afirma que los indultos son en pro de la “convivencia”. Una convivencia, por cierto, que está mucho mejor desde que el Estado paró (aunque tarde) el choque frontal y el Tribunal Supremo condenó a sus responsables. Pero, dentro de este relato, y para justificarlo, se dan por hechas cuestiones como que, más pronto que tarde, los líderes del procés iban a disfrutar del tercer grado, y que la justicia europea va a enmendar a los tribunales españoles, así que es mejor liberarlos ya. Habría que ver lo uno y lo otro.

La manifestación de Colón en contra de los indultos es otra pata en la construcción del relato. Se concentraron entre 25.000 (según la Delegación del Gobierno) y 200.000 ciudadanos (según la organización), a pesar de que seguimos en pandemia. En todo caso, los defensores de estas gracias utilizan la protesta para deslegitimar a los detractores: eran pocos y de derechas (muy de derechas, en algún caso). Es más, tratan de vincular la concentración con Vox, aunque no fue este partido el convocante y también había votantes de izquierdas, para deslustrarla. Y ese mensaje caló incluso entre el centro-derecha, que acudió medio escondido. Por lo tanto, se manda el mensaje de que quien se opone al indulto es, por lo menos, un ultra.

De regreso al inicio, ¿es más valiente conceder los indultos?, ¿o lo valiente es mantenerse firme ante los pulsos independentistas? Si todo el mundo coincide en que el Estado se impuso al desafío nacionalista, ¿por qué se vuelve a ceder? ¿Ha renunciado a algo el separatismo, más allá de aparcar por un tiempo la vía unilateral? ¿Ha retrocedido o perdido algo? No. Sigue gobernando y mantiene intactas las armas (competencias) que ha utilizado para construir el procés e inculcar unas diferencias inexistentes con España: desde la imposición del catalán (la más potente) hasta las embajadas por el mundo, empleadas no solo para atraer inversión, sino para internacionalizar su causa (sin mucho éxito, por cierto). Por no hablar de los medios que tiene a su servicio, desde TV3 hasta los subvencionados con generosidad. No solo eso, sino que los gobernantes insisten en que el objetivo es la independencia.

Con estos mimbres, mal cesto se puede hacer. O todo cambia de forma hoy inesperada, o estamos abocados a permanecer en bucle, con mayor o menor tensión, con concesiones al independentismo para que no se enfade mientras prepara el siguiente desafío. A este paso, el referéndum pactado llegará en 10 años pero, antes, vuelve a sobrevolar la cuestión del Estatut.