La confirmación de las negociaciones entre el BBVA y el Banco Sabadell, como ocurrió con el anuncio de septiembre de la fusión entre Caixabank y Bankia, ha dejado al descubierto de nuevo la inoperancia de la Generalitat en la actividad económica de su territorio. Está fuera de juego; no pinta nada.

Los dos bancos catalanes --los únicos que han sobrevivido a la crisis de 2008 y, a la vez, los más importantes de la historia del país-- han pasado del Gobierno autonómico a la hora en enfocar su futuro.

Lo han hecho, primero, porque la Generalitat no tiene nada que ver con las razones de fondo que les empujan a desarrollar estas operaciones. La pandemia va a dilatar la política monetaria de tipos de interés cero, lo que lamina el margen de intereses de la banca hasta no se sabe cuándo. La competencia crece a buen ritmo desde el mundo tecnológico, no desde el financiero; es decir, la nueva banca carece de infraestructura, que en el caso de la vieja pesa como una losa. Sobre todo por la política de expansión de las décadas pasadas: todos aquellos ítems de apertura de oficinas, aumento de plantilla, implantación en nuevos mercados, se han convertido en un lastre.

Los bancos necesitan abaratar costes de forma imperiosa, y no pueden hacerlo únicamente por sí mismos; para afrontar las inversiones tecnológicas que precisan están obligados a ganar tamaño a través de las integraciones.

En ese escenario, ¿qué sentido tiene recurrir a la Generalitat? Su relación con las desaparecidas cajas de ahorro no es precisamente un aval: todo el mundo conoce el uso que las Administraciones catalanas --también las diputaciones-- hicieron de esas entidades. Un desastre. Y aquí no vale el consuelo de mal de muchos: solo hay que mirar otra vez al País Vasco para comprobar cómo algunos partidos sí han sabido preservar sus cajas clásicas, tres, e integrarlas en un banco, Kutxabank, una entidad muy solvente aunque adolezca de la peculiaridad de no cotizar en bolsa.

Cabe preguntarse si en algún momento a Josep Oliu o a Jaume Guardiola, presidente y consejero delegado del Banco Sabadell, se les pasó por la cabeza poner al día al Govern de sus planes. Tengo la impresión de que nunca ocurrió, y de que si tuvieron esa tentación rápidamente desistieron. No quiero ni imaginarme las consecuencias de que en una de las grabaciones de la operación Voloh hubiesen aparecido conversaciones entre David Madí y cualquiera de los altos ejecutivos del Sabadell en las que el neoconvergente tratara de convencerles de que en lugar de contratar a Goldman Sachs y a Uría Menéndez para llevarles las negociaciones se apañaran con unos recomendaos suyos de confianza.

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