Inés Arrimadas se ha despedido del Parlament de Cataluña. Lo hizo esta semana apelando a un sueño, el que tuvo y el que vio cumplido cuando de pequeña visitaba Barcelona y se materializó cuando pudo desarrollar una carrera profesional. Sin proponérselo, Arrimadas acabó siendo, después, la líder de la oposición, tras ganar unas elecciones autonómicas. Una historia personal maravillosa. Pero lo que explicó la dirigente de Ciudadanos, hoy diputada electa en el Congreso, es que el sueño consistía en conocer una Comunidad abierta, que había sido, y aún lo es, --aunque ha perdido atractivo-- un referente para el conjunto de España.

El sueño era el de comprobar cómo se podía crecer económicamente, en un proceso que tenía como estandarte la cohesión social, con ciudadanos con orígenes muy diferentes. Lo que explicó Arrimadas en el Parlament es que nadie pensó que una Comunidad tan envidiada pudiera emprender un proceso tan nocivo y sin un norte claro como el que ha protagonizado el movimiento independentista desde 2012.

Arrimadas se va. Ha preferido seguir haciendo política --sin dejar de pensar en que se puede y se deben mejorar las cosas en Cataluña-- desde Madrid. Por muchas razones, políticas y personales, la dirigente de Ciudadanos entiende que debe continuar su labor desde el Congreso. Esa es una decisión que ha sido objeto de crítica. Se debería poder ejercer una oposición dura, pero también flexible y con cintura, desde Cataluña, sabiendo que se necesitará tiempo para rehacer las confianzas mutuas, para encauzar la situación política. Pero se debe también respetar la decisión de Arrimadas.

Lo que ocurre es que hay vasos comunicantes, maneras de entender la política en Cataluña que el independentismo --una parte-- no acaba de entender. Lo que ha ocurrido en Cataluña desde la recuperación de la Generalitat en 1980 no es un hecho determinista. Podía haber sido diferente. Eso es lo que trasluce la posición de Arrimadas, y de otro dirigente, el socialista Miquel Iceta, que está dispuesto también a dejar la base catalana para presidir el Senado si el Parlament lo acaba votando la próxima semana.

Los dos comparten un sueño que no debería ser tan difícil de entender: mejorar la vida de los ciudadanos catalanes, sin que el efecto identitario sea la gran referencia. Acometer las carencias que se han acumulado, en ámbitos como el propio autogobierno, las infraestructuras o la financiación de la Generalitat, y no apostarlo todo a un proceso independentista que no ha tenido en cuenta --de forma irresponsable-- las consecuencias negativas como la salida de la Unión Europea, que es el verdadero salvavidas para todos los ciudadanos europeos en un contexto de globalización.

Ese es el sueño que pudo haber sido realidad, y que Iceta conoce bien. Él, en cuanto es miembro de la familia socialista, es corresponsable de que el PSC dejara pasar la oportunidad de 1980. Una Generalitat construida con otros mimbres, los que sigue defendiendo Josep Maria Bricall, --colaborador del presidente Josep Tarradellas-- hubiera posibilitado otra historia: autogobierno centrado en la administración, en la gestión, en las cuestiones del día a día, desde la premisa de que el país ya estaba, de que no era necesario “construirlo”.

Arrimadas e Iceta no comparten la idea de cómo mejorar esa distribución del poder. El líder del PSC cree en un Estado federal, mientras que la dirigente de Ciudadanos es menos explícita, pese a que el propio Albert Rivera apostara por ello hace pocos años. Pero están a favor de lo posible, con el convencimiento de que defender otra cosa conducirá a la derrota absoluta. Arrimadas ha defendido un modelo de financiación diferente, solidario, transparente, que sepa atender las deficiencias de una administración como la Generalitat, que fue asumiendo competencias y que se ha visto desbordada por los servicios que debe prestar y no puede. También ha defendido la mejora de las infraestructuras, lo que pasa por un proyecto estratégico que encare los próximos 30 años.

Es algo parecido a lo que ha defendido el PSC, que ahora cree que tiene la oportunidad de aplicar, con el PSOE en el Gobierno.

Ese es el sueño de una parte de la sociedad catalana que sigue sin cumplirse, porque el debate identitario lo ha ocupado todo. Porque, aunque el independentismo lo niegue, se ha acabado produciendo. No es verdad que con una Cataluña independiente se solucionarían los problemas que plantea la globalización. Sólo dentro de una Unión Europea fuerte --que se juega su futuro en las elecciones del 26 de mayo-- los catalanes tendrán un futuro digno, y eso lo asegura la participación en un Estado como España. Por ello, al final, el movimiento independentista lo que ha conseguido es replantearse, de nuevo, las identidades de cada uno, cuando se creía que era algo totalmente superado.

Un dirigente que ha vivido inmerso en ese mundo independentista, como Santi Vila, lo ha explicado con detalle. Tal vez ha llegado el momento de racionalizar las cosas, aunque cueste, y dejar las identidades para el ámbito privado, sin renunciar a ellas, abrazando identidades múltiples, y asumiendo que no pueden ser centrales en nuestras vidas. Un sueño que debería poder ser una realidad.