Inés Arrimadas deja el Parlament, su paso por la cámara catalana dejará huella por su estilo impetuoso y su inacabable energía como polemista. Las especiales circunstancias de la política catalana, visualizadas especialmente en el hemiciclo, donde se levantó hace años un muro invisible pero real, pintado de amarillo por un lado y con la constitución esculpida por el otro, han amortecido el Parlament y han enterrado el trabajo parlamentario propiamente dicho. Nada ha vuelto ser igual después de los graves episodios de septiembre y octubre de 2017 y la posterior aplicación del 155. En este escenario, la líder de Ciudadanos se ha movido a las mil maravillas.
Cuando todo pasa por independencia si o independencia no, hay poco que hacer en el Parlament, nada que pactar, salvo sacarle rédito político al hemiciclo, convertido en plató de televisión. Arrimadas sería una estrella de la televisión, pero no sabemos si hubiera sido una buena jefa de la oposición parlamentaria en un Parlamento con actividad legislativa, iniciativas y transacciones. Las circunstancias no acompañaron para salir de esta duda, ni ella hizo casi nada para ejercer como tal, empezando por el principio de la legislatura y su renuncia a presentarse a la investidura como ganadora de las elecciones. La iba a perder, claro, pero habría servido para conocer su idea de Cataluña y su programa para un eventual gobierno.
La vida parlamentaria se empobrece enormemente cuando se ve reducida a sesiones de control del gobierno y el presidente o ruedas de prensa, entonces se transforma en una simple cámara de resonancia de la crónica política general. Y aquí no hay quien le gane a Arrimadas. En su pulso con el gobierno de Torra no ha retrocedido nunca, porque no había posibilidad de hacerlo dada la profundidad del desacuerdo, porque ni el gobierno atendía a su discurso ni ella lo pretendía; su objetivo era repetirlo una y mil veces y el de los otros, también. Hablarse con un muro de por medio es muy difícil, las palabras rebotan sobre uno mismo y solo sus seguidores pueden aplaudir.
Arrimadas no es la única en considerar que el Parlament es simplemente una cámara de televisión fija frente al atril desde donde soltar las frases del guion del día. Sencillamente, a ella se le da mejor que a otros portavoces, consejeros o presidentes. Es una habilidad que ella ha perfeccionado con el arte de la cartelería política. La exhibición de un cartelito en un hemiciclo solo se justifica por la búsqueda de una imagen; por nada más, porque los diputados y diputadas difícilmente van a poder leerlo para reflexionar sobre el argumento recogido, de esta manera, sus señorías se convierten en público de plató, a quienes se concede el privilegio de aplaudir o sonreír ante la creatividad gráfica o la ocurrencia del interviniente.
La idea de Arrimadas sobre el Parlament, y casi sobre la política en general, quedó expuesta con toda claridad con ocasión de su rechazo a participar de las reuniones de los grupos parlamentarios con el presidente de la Generalitat, impulsadas por el pleno de la cámara para tantear las posibilidades de crear una mesa de partidos catalanas que reflexionara sobre cómo recuperar el sosiego en la política catalana. La presidenta del grupo de Ciudadanos alegó falta de transparencia en estas reuniones para no acudir a la cita; en su opinión, todo diálogo debe desarrollarse en el Parlament, o sea, ante las cámaras de televisión. Pero la retransmisión televisiva es solo garantía de espectáculo político y probablemente, a estas alturas, espectáculo es lo único que no necesita el país.