Desatados. La derecha española --con gestos que, si no fuera por el peligro que suscitan, se podrían calificar de cómicos y grotescos-- está fuera de sí. Como en otras ocasiones, actúa de forma irresponsable. Pero esta vez con un material mucho más sensible, con un contexto político internacional que ha puesto en duda que la democracia liberal que hemos gozado en Occidente desde la II Guerra Mundial sea ya la única fórmula posible. La derecha española ha decidido sacar las banderas y los himnos de la Legión e invocar nada menos que a los Reyes Católicos, con la conquista de Granada --sí, es cierto, no lo hemos soñado-- para aparecer como los más españoles. Como los que van a preservar España, cuando, tal vez, sean los cómplices de su destrucción al incitar a un verdadero choque de trenes.

En Cataluña en este mismo espacio se ha criticado el proceso independentista con contundencia y se han denunciado las malas formas y los graves errores de sus dirigentes. Algunos de ellos lo pagan con una prisión preventiva --que dura más de lo necesario-- y esperan ya un juicio que, previsiblemente, será duro. Es cierto que el independentismo se debate entre la retórica y la vía pragmática y que al frente de la Generalitat no se puede decir que figure un presidente responsable. Es verdad. Da, incluso, vergüenza ajena, por no decir otra cosa.

¿Pero qué pasa con los cerca de dos millones de ciudadanos españoles que se sienten también catalanes y que se declaran independentistas? ¿Se puede cerrar los ojos, decir que no ha pasado nada, que esos dos millones son unos desalmados locos, sacar las banderas españolas y señalar a Pedro Sánchez como el Gran Satán? ¿Se le puede acusar como el hacedor de un pacto con "filoterroristas y separatistas que quieren romper España", todo ello con el himno de la Legión de fondo y a todo trapo? ¿Pero qué tiene Pablo Casado en la cabeza y a qué juega Albert Rivera al frente de un partido como Ciudadanos --que prometía ser la gran fuerza política reformista, de gente seria, economistas ilustrados, que iban a protagonizar la segunda modernización de España--? ¿Pero dónde viven? ¿O lo único que los motiva es el nacionalismo español más arcaico? Se puede entender que se quiera realizar lo que a uno le pide el cuerpo, pero ¿para qué está la cabeza?

¿De verdad comparten esa carrera hacia el desastre señores que están en las filas de Ciudadanos como Luis Garicano, Francisco de la Torre o Antonio Roldán Monés --hijo este último de Santiago Roldán Curri, uno de los históricos dirigentes del PSOE, que inspiró el programa económico de Felipe González en 1982--? ¿Comparten todos ellos ese calificativo que repite desde la mañana a la noche Albert Rivera sobre el presidente del Gobierno, el "sanchismo" que "pacta con los golpistas"? ¿Así se puede encontrar soluciones para un país tan complejo como España?

El lenguaje es esencial. La voluntad de herir constantemente al adversario político es un error; no conduce a salidas políticas que permitan una buena convivencia. El independentismo, como movimiento, no puede triunfar porque ni es democrático ni tiene la mayoría social de los catalanes detrás. Sin embargo, no se puede negar que existe un problema político --no lo llamen conflicto, si quieren, para no molestar a nadie ni compararlo con otros fenómenos-- y que solo con una mirada política, con el deseo de acercar posiciones y sin traspasar las líneas que marca un Estado de derecho se podrá solucionar. Y una de las necesarias soluciones es que los catalanes (independentistas y no independentistas) voten un acuerdo previo que pudiera ser un nuevo Estatut y que rehaga el pacto constitucional anterior, que le guste al PP o a Ciudadanos más o menos, se rompió con la sentencia del Estatut al producirse después del referéndum. 

Reclamar de forma constante, con agresividad, con el ceño fruncido --con mala leche-- la intervención de los Mossos y el fin de la autonomía con la aplicación del Artículo 155 (ya ha dejado claro el maestro Santiago Muñoz Machado que no se puede apelar a esa medida cada vez que se produce un desorden público, algo que tiene como responsables a sujetos físicos y no a las instituciones) no es sólo una reacción contra el independentismo, sino también contra los ciudadanos catalanes contrarios a ese proceso. Ciudadanos que han defendido y defienden el autogobierno y sus instituciones y que se declaran catalanistas, algo que ven perfectamente compatible con la democracia española, en el seno del Estado español. ¿O es que Casado y Rivera quieren perder a la mayoría de los catalanes y quedarse únicamente con una pequeña porción de fieles que tienen también la misma cara de mala leche?

Es difícil de entender que la derecha española haya derivado por ese camino. No se puede explicar sólo por la aparición de Vox. Que existía esa facción (dentro del PP) ya se sabía. Pero quien día tras día le da legitimidad es la actual dirección del PP y también Albert Rivera, aunque se haya descolgado de un posible acuerdo en Andalucía, gracias, entre otras cosas, a la firme posición de Manuel Valls, que se juega los cuartos como alcaldable por Barcelona.

El mayor responsable se llama José María Aznar, que quería poner en pie --y lo hizo-- una derecha responsable, moderna y liberal y acaricia ahora el rostro de Santiago Abascal, dando la razón --no era así hasta la aparición del joven Casado-- a los que aseguraban que siempre ha existido un nacionalismo español agresivo y feroz. Y contrario, de hecho, al estado autonómico.

El independentismo ha despertado, en parte, ese nacionalismo español de la Legión, pero se pensaba que la derecha había aprendido lecciones del pasado. Aún está a tiempo esa derecha de demostrar que puede ser fiel a sus anteriores dirigentes, a políticos desde Manuel Fraga --que partió del franquismo y fundó  Alianza Popular, pasando por ser uno de los padres de la Constitución, a quien Miquel Roca le tiene "un enorme respeto"--  a Leopoldo Calvo Sotelo, con la UCD, y junto a Adolfo Suárez, que presidió el país tras el verdadero golpe de estado del 23F.

¿Qué dirían ahora, 40 años después del referéndum de la Constitución, con un país que ha dado pasos de gigante, que es una democracia consolidada? ¿Qué dirían al ver imágenes como las de Granada, invocando a los Reyes Católicos con un desbocado Casado?

Por una derecha responsable, conservadora y liberal, que ayude a España de verdad y que considere que un tipo que dice barbaridades montado a caballo no debe tener cabida en la misma mesa de los demócratas.