El desliz de un alto cargo de la Comunidad de Madrid argumentando y precisando a unos tertulianos afines que Tomás Díaz Ayuso facturó 283.000 euros en 2020 a la empresa que había conseguido el contrato de las mascarillas de 1,5 millones confirma que Pablo Casado no iba desencaminado.

Puede que solo una de las facturas --la de 55.000 euros-- aluda a esa operación, pero el dato hace altamente verosímil la versión del presidente del PP y explica la sorprendente, por agresiva, reacción de Isabel Díaz Ayuso y su entorno.

En su primer comentario aquel 17 de febrero, el día en que la presidenta madrileña rompió las hostilidades, Alberto Núñez Feijóo pedía cuentas a los acusados y calificaba de “inverosímil” la sospecha sobre el hermano de la presidenta. Toda su actuación posterior ha seguido la misma línea.

Cuatro días después de que se consumara el fiasco del adelanto electoral en Castilla y León, y tras las oportunas filtraciones, Díaz Ayuso acusó públicamente a la dirección de su partido de haberle espiado y tratarla con tanta crueldad como para impedir incluso que su familia se gane la vida. Una denuncia merecedora de expulsión inmediata en cualquier organización política.

Antes de que hubieran transcurrido 24 horas, Casado replicaba desde los micrófonos de la Cope subiendo la apuesta. Craso error propio de quien está convencido de que puede ganar, pero que en realidad pisa una piel de plátano. La réplica en la misma emisora de Ayuso precedió a una reunión vespertina tras la que el presidente se declaró convencido por los argumentos de la presidenta y cerró el expediente que le había abierto por deslealtad. Este es, efectivamente, el segundo error grave de una misma jornada.

Por poca experiencia que hubieran acumulado Casado y su mano derecha, Teodoro García Egea, es difícil que desconocieran el coste de una rectificación que suponía, ni más ni menos que admitir la derrota frente a quien les había abofeteado. ¿Qué pasó en esas horas? Ahí está probablemente la clave de la crisis y el nombre de quién o quiénes han movido los hilos.

El estratega de Díaz Ayuso es un hombre muy próximo a José María Aznar. Es materialmente imposible que este maquiavelo --Miguel Ángel Rodríguez-- haya montado una operación contra el presidente del partido, hasta descabezar y desestabilizar la organización, sin la aquiescencia de su mentor. De hecho, al propio Aznar se le fue la mano cuestionando a Casado en la campaña castellano-leonesa hasta el punto de que dos días después de su mitin tuvo que acudir a la radio --la Cope otra vez-- para reafirmar entre carcajadas histriónicas su respaldo como candidato del PP a la Moncloa.

Tiene que haber una razón que explique que los presidentes territoriales, un grupo en el que Casado había puesto todas sus esperanzas, entraran en la sede de la calle Génova seis días después del lance de Díaz Ayuso con la decisión unánime de llevarle al patíbulo.

Los vertiginosos acontecimientos de esa semana podrían haber sido un adelanto de lo que algunos preparaban para el congreso ordinario del PP, previsto para julio. La crisis de Tomás Díaz Ayuso habría sido un catalizador que ha adelantado el relevo tres meses.

Núñez Feijóo será proclamado presidente del partido y cumplirá por fin su sueño, pero corre el riesgo de que el episodio también acabe salpicando su imagen. No puede permitir que se confirme la impresión generalizada en ciertos ámbitos de que el verdadero error de Casado, el más grave y el que le ha costado la cabeza antes de hora, fue denunciar un caso de corrupción en un partido ya juzgado y condenado por ese mismo delito.