Llevamos algunos años escuchando eso de que el mundo se ha convertido en un Gran Hermano. Cámaras por aquí, micrófonos por allá… Pero faltaba un detalle: tenernos encerrados en casa durante un periodo de tiempo fuera de lo común. Nada que no estemos viviendo en todo el planeta a raíz de las medidas (tardías) para contener el coronavirus, ese virus muy contagioso del que poco más se sabe. ¡Ah!, y mata mucho porque infecta a mucha gente, pero la tasa de letalidad parece que es menor de lo que se creía.

También es habitual escuchar que la realidad supera en muchos casos a la ficción. Hace apenas veinte años, cuando internet empezaba a entrar en las casas y lo de los teléfonos inteligentes era solo una idea en la mente de cuatro iluminados, apareció Gran Hermano. Su creador, el neerlandés John de Mol, considerado uno de los fundadores de la telerrealidad y empresario muy influyente, fue un auténtico visionario. Utilizó el medio más influyente (valga la redundancia), la televisión, para llenarse los bolsillos con un producto que se ha convertido en nuestra cotidianidad. ¡Sorprendente!

Hoy por hoy, estamos conectados por los cuatro costados (y lo que queda). Por una parte, ello agiliza mucho ciertos procesos y rompe algunas barreras en estos tiempos en los que nos falta tiempo (a ver si cambia algo al respecto cuando volvamos a la normalidad). Por el otro, el hecho de tener la casa llena de cámaras (móvil, tableta, ordenador, videocámara, alarma) y micrófonos (los citados, más altavoces inteligentes y hasta aspiradoras) puede que nos haga sentir más seguros, más protegidos, pero es una brecha en nuestra intimidad.

Para redondearlo, y con la excusa del coronavirus, están apareciendo algunos programas y aplicaciones que concretan nuestros movimientos y nuestro estado de salud. Nos dicen que son anónimos, meramente estadísticos. En Hubei (cuya capital es Wuhan), China, donde empezó todo, las medidas de confinamiento se han destensado por la buena evolución del virus en la zona. Pero si algún ciudadano quiere salir de la provincia tiene que probar que está limpio de SARS-CoV-2 mediante una app que cada uno debe descargar en su teléfono y que coteja los datos del propietario. Funciona con un código QR. Si todo está en orden, color verde, vía libre; si hay lagunas… amarillo o rojo.

También Corea del Sur, un referente en la lucha contra el virus, utiliza una app para identificar los casos de coronavirus, agilizar la comunicación con los enfermos y detectar una posible quiebra del confinamiento, por medio de GPS.

Y en España, al margen de aplicaciones por comunidades que pretenden geolocalizar los focos de contagio, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha pedido a las operadoras de telefonía que le faciliten los datos de movilidad de los terminales para analizar cómo se mueve la gente durante un estado de alarma, como ya hizo en fechas anteriores y pretende hacer en el futuro. Todo anónimo, se supone.

Supongamos también que esos datos que tienen de nosotros caen en malas manos, y alguien los utiliza, solo por poner un ejemplo, para dispersar un virus en un día, una hora y un lugar que ese alguien malvado sabe que acostumbra a frecuentar mucha gente. Solo por imaginar.

Conclusión. Cada vez más organizaciones y administraciones tienen nuestros datos. Y estos datos cada vez son más precisos. Cualquier excusa es buena para aumentar la vigilancia sobre la población. Así que, ante todo, responsabilidad. No deja de ser curioso que, mientras la gestión de la pandemia es un descontrol generalizado en todo el mundo, a los ciudadanos cada vez nos tienen bajo mayor control.