Identificar y reivindicar mejoras clave para el futuro y hacer dejación en implementar las políticas útiles para que sean factibles es una máxima en la Administración. La lluvia de recursos que implicarán los fondos Next Generation --y que se espera que dilaten en el tiempo la parte más dura de la crisis económica-- ha movilizado al empresariado para intentar captar parte de los fondos. Con todo, surgen dos problemas.

El primero de ellos, es que son demasiados los que aún creen que la inyección de fondos comunitarios tiene como objetivo salvar a empresas. Error. El destino de estas aportaciones es el de propiciar un cambio de modelo y el avance hacia una economía más verde y sostenible. Ya se ha dejado claro por todas las vías que se denegarán las ayudas que no persigan este fin y que se fiscalizarán hasta el extremo. Aún no se han activado y en España ya se empieza a trabajar con los proyectos. Que no tengan fallos ni en una coma en esta ocasión es vital.

En Cataluña a esta dificultad se le suma otra extra, y no se trata de que el Govern de la Generalitat esté en funciones. El Ejecutivo no está ni se le espera en su definición. Incluso los receptores potenciales prefieren que los gestione Moncloa por el bizarrismo al que ha llegado la pugna entre JxCat y ERC, cuya pugna por el poder independentista amaga incluso con la repetición de otras elecciones en pandemia. El principal problema de Cataluña es que el avance hacia una economía más verde y sostenible se hace con un brazo y medio atado a la espalda. Queremos un territorio con una energía sostenible, pero sin instalaciones renovables.

El Not in my backyard (NIMBY) llega al extremo de vetos sistemáticos por parte de la Consejería de Agricultura por el impacto que suponen estos parques. Especialmente eólicos, donde se ha llegado a obligar a rehacer un proyecto de eólica marina por el efecto sobre el litoral. ¿Efecto en la biodiversidad? No, simplemente no quedaba bonito en la foto.

El último parque proyectado que tiene poquísimas posibilidades de materializarse son los 10 molinos que se proyectaron en la sierra del Albera, situada en el Alt Empordà, donde la tramontana es habitual. Los ayuntamientos de la zona han recurrido la iniciativa porque consideran que los aerogeneradores tendrán “impacto paisajístico” que se debe evitar a toda costa. Con la fotovoltaica ocurre algo parecido, no se ha desarrollado ningún parque de gran formato como los que hay, por ejemplo, en la Cerdanya francesa. Las placas se limitan a los tejados de particulares.

Cataluña quiere ser verde y tanto ERC como JxCat se han llenado la boca en hablar de que el futuro que proyectan es el de un país verde, sostenible y respetable con el medio ambiente. Pero estos anuncios no van más allá del power point de turno por el bloqueo sistemático de los grandes proyectos energéticos que se intentan impulsar. Al final, lo que importa es solo la foto. En todos los sentidos.