¡Vaya golpe! La estocada recibida en las últimas horas por el nacionalpopulismo que representan los independentistas ya es una victoria por sí misma. Mientras Barcelona se preguntaba si Ciudadanos presentaría a Inés Arrimadas o a Jordi Cañas como alcaldables por la ciudad, de repente emerge la figura potencial del exprimer ministro francés Manuel Valls.

Están los soberanistas reponiéndose de la conmoción. El amortizado Xavier Trias seguía haciendo proselitismo de su candidato neoconvergente Joaquim Forn, en prisión, cuando de forma súbita les aparece un contrincante de verdad. Ni el republicano Alfred Bosch, ni Trias o Forn, ni tan siquiera la solución transversal que proponía el catalán afincado en Nueva York Jordi Graupera sirven para mucho. Valls es un candidato entero, si aspira a la alcaldía de Barcelona tiene enormes posibilidades de coronarse como tal.

Valls es un candidato entero, si aspira a la alcaldía de Barcelona tiene enormes posibilidades de coronarse como tal

Ni se oye la voz de los Comunes. Ada Colau y su equipo de resentidos (Gerardo Pisarello y Jaume Asens) guardan prudente silencio. No puede ser de otra manera. Si Valls decide encabezar una lista cosmopolita bajo las siglas de Ciudadanos apenas tendrán posibilidades de tener presencia en el consistorio. Del gobierno a la nada en un tris, el tiempo necesario que la ciudadanía ha tenido para calibrar que Colau y su equipo no tenían ningún proyecto positivo de ciudad. Que, siendo benevolentes, apenas se definían por oposición a lo que hubo antes, pero que son huérfanos de composición y eso se nota en sus políticas sociales, económicas y en la ambigüedad demostrada con las cuestiones identitarias que han presidido su mandato.

Colau no puede regresar a la alcaldía si queremos que la capital de Cataluña sea una ciudad próspera, europea, moderna, permeable e integradora. El sectarismo de sus cuatro años de gobierno pasará a la historia como un periodo negro, una etapa que los ciudadanos de la ciudad deben superar. Lo mejor del asunto es que una parte de quienes son más reacios a su continuidad son, justamente, aquellos que la votaron pensando que era una brizna de aire fresco en un contaminado statu quo que convenía ventilar.

Valls dirigió Francia. Antes, desde el socialismo francés, dirigió una ciudad. Es catalán y culé. Todos esos atributos no se los añado al apellido, sino que me limito a recordar lo bien que cayó entre los nacionalistas en su día, que le atribuían todas esas virtudes y alguna más. Que el catalano-francés decida meter la nariz en la gobernación de la Ciudad Condal plantea un problema político de difícil superación para sus adversarios: ¿cómo matar al líder político que en su día el propio soberanismo ensalzó por su condición catalana?

Colau no puede regresar a la alcaldía si queremos que la capital de Cataluña sea una ciudad próspera, europea, moderna, permeable e integradora

A las pocas horas de conocerse la alternativa Valls, el independentismo salió en tromba a poner sordina. Lo primero que dijeron a sus huestes es de sentido común: oigan, la única fórmula para ganarle a este señor es que todo el independentismo se presente unido y bajo una única candidatura, algo que no sucederá en el otro lado.

Y es cierto. Valls tiene claro que más allá de lo que pasa en cada calle, en su seguridad, en su recogida de desperdicios, en su urbanismo o su sociedad, lo cierto es que hoy tanto la capital catalana como cualquier otro municipio del país votaría en clave de política general más que en términos de gobernabilidad local. Siendo pulcros hay que recordar que Colau y los suyos tampoco ganaron expresando un modelo de ciudad, que se ha demostrado que no tienen, sino oponiéndose de manera sectaria y demagógica a los anteriores. No al turismo, no a la empresa privada, no a las terrazas, sí a los manteros y sí al independentismo de salón, esos fueron sus grandes argumentos. Los mismos que les están llevando a la más pura insignificancia.

A diferencia de lo sucedido en Madrid, en Barcelona los socialistas de la ciudad no podrían hacerle a Colau una proposición para que encabezara sus listas. Pese a lo buena actriz que es, la alcaldesa de la capital catalana está a años luz políticos de su homóloga madrileña, Manuela Carmena. La antigua juez, ofertada ahora por el PSOE, es mucho menos dogmática que Colau, su marido, Adrià Alemany, y los colaboradores Pisarello, Asens o Eloi Badia, entre los más subidos de tono del entorno, que han acompañado una fase nefasta de la gobernación barcelonesa.

La jugada de Albert Rivera, si acaba saliendo, es un repóquer de ases. Ojalá fructifique, sobre todo en beneficio de la mayoría

Valls aportaría aire fresco y europeísta. Sólo eso ya es de agradecer. Barcelona necesita ponerse de nuevo al frente de la Unión Europea como una de las ciudades de referencia del mundo occidental. Lo contrario es equiparar el tractorismo de Lleida con el sentimiento urbano barcelonés. Eso, en todo caso, es una de las cuestiones que un político de larga trayectoria, como Valls, puede sumar a una ciudad calcinada por los movimientos populistas en los últimos tres años.

Ada la posturera debe andar destemplada al saber que deberá enfrentarse en campaña electoral a un número uno de verdad. Hasta la fecha se movía como pez en el agua con sus adversarios tradicionales, pero Valls es otra cosa. Estamos ante un fuera de serie, un personaje con convicciones, argumentos, experiencia demostrable y tradición tanto política como de integrante de la ciudad. A Colau ya no le servirán las lágrimas o los argumentos de actriz que empleó en la anterior campaña, ni tampoco se enfrentará a candidatos tan blanditos como los anteriores. Valls, Monsieur Valls, tiene más base ideológica que la actual alcaldesa y conoce tanto, o tan poco, la ciudad como su antecesora. La jugada de Albert Rivera, si acaba saliendo, es un repóquer de ases. Ojalá fructifique, sobre todo en beneficio de la mayoría.