El proyecto de inversores privados, tras los que se oculta Martín Ferrer, para abrir el club playero más selecto de Cataluña en los restos de la antigua discoteca Atlántida en Sitges (Barcelona) transita en la dirección promovida –y deseada– por muchos actores del vacacional regional, y que se centra en la creación de oferta turística de elevado nivel que actúe de tractor para generar demanda en el mismo segmento.

En el capítulo de generación de riqueza y empleo, pues, poco que decir de un proyecto que además es privado, y que animará una zona que ha visto a otros operadores del sector abrir iniciativas similares en los últimos años. Tampoco hay mucho margen de opinión en un desarrollo que proyecta Casanova Arquitectura y que, según anuncian, será respetuoso con el medio ambiente, algo necesario en la zona y que, también, conecta con el turismo del siglo XXI esperado por la mayoría de la industria.

El problema es la amnesia. O la Amnesia en mayúsculas, si me las permiten, por la sala ibicenca de música electrónica y su fundador, Martin Ferrer, cuyo entorno promueve ahora lo más esperado en Sitges. Todo ello con cierta memoria selectiva cuando se soslaya que los impulsores son los mismos que ejecutan en 2022 una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) de 2017. Resolución que obligaba al derribo de un anexo precario de un club nocturno pantagruélico que jamás se ajustó ni a normativa ni a las necesidades vecinales ni del municipio. Pregunten por la zona.

Cinco años para acatar una decisión judicial pueden parecer muchos, pero palidecen cuando se tienen en cuenta otros datos. La amnesia de Cataluña es la de tratar de vender un proyecto de playa cuando nadie, o pocos, recuerdan que el mismo entorno empresarial prometió una macrodiscoteca en el Port Fòrum de Sant Adrià de Besòs (Barcelona) con una inversión de 30 millones de euros. Hace exactamente 10 años de ello. Una década después, huelga decir que en la dársena ni hay macroclub ni hay inversión ni se han creado los muy necesarios puestos de trabajo. Por mucho que en la zona se pasearan Paris Hilton, el arquitecto Jean Nouvel y el expresident Jordi Pujol para dar empaque a la obra. Lo que resta es una marina semivacía que se ha ido quedando gestores del inmobiliario mientras la sociedad que tenía que pilotar su gran transformación, Montemare 2006, ha terminado en concurso de acreedores.

Peor desmemoria tuvo lugar con protagonistas parecidos unos metros más allá. Personas cercanas a las que ahora dicen que transformarán una pieza urbanística privilegiada en un museo-beach club en Sitges se hicieron con unas piscinas operadas por otro explotador. Con más o menos buenas maneras, recuerdan quienes participaron en la operación, las transformaron en otra discoteca de la misma marca. Amnesia. El caso ha terminado en una macrocausa judicial con decenas de imputados por presunto trato de favor. Carlos Cuesta, colega de OkDiario, lo llamó un posible nuevo caso Gürtel

Opiniones aparte, solo una incomprensiblemente lenta instrucción judicial ha prevenido saber si los citados deben ser procesados o exonerados. Y qué rol jugó Innovaciones Calem, una sociedad vinculada a Martin Ferrer, en todo ello. Si su actuación merece reproche penal, si la mercantil y el empresario se beneficiaron de presunta corrupción política o si todas las acusaciones carecen de fundamento. Por lo pronto, el maná llegado de Ibiza al Besòs, zona siempre sedienta de inversiones y empleos, dejó inquietantes episodios como el impago de un canon que ninguna administración perjudicada reclamó. Y eso que eran los años de la crisis económica y los recortes. 

A la espera de qué ocurre con la instrucción del procedimiento de las discos en la frontera norte de Barcelona, parece que, al menos esta vez, debería de imponerse el principio de cautela antes de jalear la entrega a un operador salpicado por estos lances en la Ciudad Condal.

Como también deberían ciertos partidos mostrar contención antes de dar la bienvenida a inversores cuyo factotum entre bambalinas la Guardia Civil le descubrió millones de euros emparedados en su disco ibicenca. Para evadir supuestamente al fisco, claro está, como explicaron los compañeros de Diario de Ibiza. A Ferrer y a su Amnesia le asisten la presunción de inocencia y el derecho a equivocarse y a volver empezar, por supuesto. Como también corresponde a las administraciones –todas– cumplir su responsabilidad in vigilando antes de aceptar según qué inversiones con una postura absolutamente acrítica o incluso negligente.

Lo que pase en Sitges con la nueva Atlántida y Ferrer no es ni flor de un día ni es un compartimento estanco. Tiene antecedentes, aunque en algunos momentos se activa una cierta amnesia colectiva que resulta cómoda para olvidar lo que molesta. Pero los debates públicos exigen cierta memoria. Por muy bien que suene la música.