¡Menudo revolcón se ha llevado la señora alcaldesa de Barcelona! Ni Ada Colau ni nadie de su equipo imaginó que acabaría de esta forma tan humillante los meses finales de su mandato al frente del Ayuntamiento de Barcelona. Llegaron ufanos, soberbios, pagados de su coartada ideológica para despreciar todo el pasado. Como Pablo Iglesias en alguna épica intervención en el Congreso de los Diputados, parecía que antes de Colau y su equipo no había existido la Ciudad Condal.

El resultado de ese sobradismo que ha presidido su gestión es que ningún grupo municipal, ninguno y por razones distintas, ha dado apoyo al proyecto capital de Barcelona en Comú para su estancia en el poder municipal. Se trataba de organizar una consulta popular que pretendía ser un hito de participación ciudadana sobre las cosas de la ciudad. Resultado final: Colau se la envaina. Así es, raso y claro.

Conocido cómo se preparó, qué temas se llevaban a la consulta y lo estúpido, peligroso o kafkiano de casi todos ellos, al final nadie de la oposición le echó un capote a Colau, Gerardo Pisarello, Janet Sanz o Eloi Badia, los enfant terribles de una administración local que pasará a la historia por una sola cuestión: han sido los únicos que han conseguido aunar a todos los demás en su contra, dentro y fuera de la casa consistorial.

Se han equivocado de pleno (y no municipal): tener ideología no es lo mismo que decirlo. Y tanto la ciudadanía como la oposición se ha dado cuenta de que el postureo anticapitalista, la ambigüedad nacionalista y la ausencia real de gestión de las promesas en vivienda social y desahucios, por ejemplo, son una auténtica impostura. Les ha valido este tiempo para criticar todo lo anterior, purgar la administración local, colocar a los suyos, anunciar que viajaban en metro y subirse luego al coche oficial y facilitarse unos acomodos suculentos. “Ya nos tocaba a nosotros”, debieron pensar. Y hasta quizá tuvieran razón si no hubieran actuado con la inconsciencia de unos bisoños que llegaron a las dependencias municipales como un elefante pisa en una cacharrería.

El equipo de gobierno de Colau ha conseguido aunar a todos los demás en su contra, dentro y fuera de la casa consistorial

Colau y los suyos lo tendrán difícil el próximo año para hacerse otra vez con el bastón de mando de la alcaldía. Aún es prematuro aventurarlo pero todo apunta a que el rédito de gestión acumulado no influirá positivamente en su capital electoral. Al contrario, algunos trabajadores del turismo y la hostelería que le votaron en las anteriores elecciones municipales quizá se piensen que para castigar a Xavier Trias podrían haber encontrado otras fórmulas menos experimentales. O quizá aquellos comerciantes a los que se ha dañado en sus intereses sólo por apriorismo político modifiquen en sentido de su voto. No serán los únicos, hasta la plantilla de la Guardia Urbana se pensará mucho más quién será el próximo alcalde o alcaldesa de su ciudad.

Las posiciones políticas son legítimas todas ellas. Sólo basta comprobar cómo Manuela Carmena, en el mismo ámbito político, se asienta en la capital madrileña con menos postureo ni innecesarias salidas de tono o lágrimas impostadas. Y es probable que la representante podemita, por más discutida que pueda estar entre los sectores conservadores de la capital española, vuelva a ganar para su formación política la alcaldía. Más difícil será que las artísticas interpretaciones de Colau y la actuación justiciera, revanchista y trufada de resentimiento de su equipo reciban ese mismo apoyo popular en junio del próximo año.

Hace aproximadamente un año, en el ecuador de su mandato, escribí que el balance de la alcaldesa y su equipo se resumía en mucho lirili y poco lerele. Cumplidos los dos tercios del mismo hay que precisar: el revolcón con la multiconsulta es fruto de que todo, al final, se ha convertido en lirili. Posturas y postureo, vamos.