Edificio del hotel Arts

Edificio del hotel Arts CG Barcelona

Zona Franca

Hotel Arts: luz y taquígrafos

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A estas alturas ya conocemos la operación urbanística que prepara el dueño del Hotel Arts en Barcelona. GIC, el fondo soberano de Singapur, ultima una larga hoja de ruta para expulsar a todos los operadores del Frente Marítimo de la Ciudad Condal y construir su propia marina de lujo con acceso a una playa semiprivada.

Con ello, el Arts espera resarcirse de una dolorosa derrota a cámara lenta: la que le ha llevado a quedarse en la sombra del W Hotel u hotel vela, como alojamiento icónico de la capital catalana. El vela aparece en vídeos, fotografías, anuncios y en el trasfondo de visitas de celebrities a Barcelona.

Por su parte, la torre-hotel gemela de Torre Mapfre ha perdido el lustre pasado y ha quedado en un doloroso segundo plano. Frente a ello, los dueños del Arts tienen un doble plan: una costosísima reforma millonaria en fases que alcanzará los 200 millones de euros.

Y la reconversión de su entorno en una zona de influencia propia con un nuevo casino, restauración de lujo, discotecas propias y, también, sí, la playa semiprivada. Ultima una semiprivatización del arenal del Somorrostro para uso y disfrute de sus clientes.

Es evidente que los propietarios del hotel, GIC y el fondo de pensiones holandés APG, tienen todo el derecho del mundo a preparar su inversión. Y a ejecutarla. De algún modo, les asiste parte de razón cuando piensan que su macrooperación atraerá turismo de nivel a Barcelona.

Los expertos coinciden en que a la Ciudad Condal le falta lujo, y qué mejor que un rascacielos-hotel de cinco estrellas GL con una marina y playa propias para morder en ese segmento.

Eso sí, los planes del Arts se llevan con el más absoluto de los secretos. Pocos los conocen, y lo que va trascendiendo no es siempre tranquilizador.

La operación para vaciar todo el Frente Marítimo ha sido turbia, accidentada y compleja. El Arts está dejando que la zona aledaña se degrade, y ha entrado en guerra contra los operadores establecidos.

Éstos, empresas con raigambre en Cataluña, defienden su posición. Y también tienen derecho a hacerlo. Si el Arts les quiere fuera, que pague lo que cuesta o pacte con ellos, aducen. Un argumento imbatible.

En esta ecuación, lo razonable desde el punto de vista ciudadano es pedir transparencia. Los dueños del Arts deben explicar qué preparan, cuándo, con qué dinero y con qué convivencia con los operadores.

La operación urbanística de GIC y APG es de tanta envergadura que no puede pasar en silencio, sin un debate político y económico. Las fuerzas vivas de la ciudad, también las administraciones, deben pronunciarse. Y, si es preciso, ponerle condiciones o límites.

El pelotazo del Arts es posiblemente la mayor intervención urbana que vivirá la capital catalana en los próximos años. Bienvenida sea, pero que tenga luz y taquígrafos. Y que se respete a los operadores establecidos, algunos de ellos, multipremiados por su calidad.