Hace ya unos años, nos situamos en 2014, en vísperas del primer referéndum independentista, la plataforma Ara és l’hora lanzó una campaña para que los ciudadanos expresasen sus anhelos ante una eventual Cataluña separada de España.

Uno de las protagonistas de esta misión era una niña de 12 años que defendía –o soñaba con ello– que en la República de Cataluña habría helado de postre todos y cada uno de los días. Una frase que se convirtió en un lema inesperado de los años del procés, hasta el punto de que el antiindependentismo puso esas palabras en boca de los líderes nacionalistas catalanes en su tarea de oposición al viaje separatista a ninguna parte.

Hoy, esa frase adquiere una nueva posición. Porque, si bien aquella promesa no salió de la boca de Artur Mas, ahora, una década después, son los ultras que él alimentó los que le dan un nuevo significado, al atacar por tierra mar y aire a una heladería de Gràcia.

Los helados artesanos Dellaostia, unos de los mejores de la ciudad, sufren en sus carnes el asedio independentista más radical. No hay que lamentar daños personales, afortunadamente, pero el comercio ha quedado bien pintarrajeado con delicias como “fachas” y etiquetas que lo señalan como anticatalanista (conviene decir que la web de la heladería se encuentra en castellano y en catalán).

El origen de esta ofensiva está en la indignación de Guillem Roma i Batlle, concejal de distrito de ERC, que ha puesto en la diana a este comercio porque, según su versión, quien atendió a su pareja le recriminó que se le dirigiera en catalán. ¿Está en su derecho de quejarse? Sí, claro. Y hay que decir que, en general, nos quejamos y reclamamos poco.

Ahora bien, si el señor Roma ha recibido una mala atención, tiene varias alternativas. La primera, poner una reclamación –como dice que hizo–; la segunda, poner una pésima reseña en Google –como insinúa que hizo también– y, si quiere, avisar a su entorno de que no pise ese lugar; la tercera, no volver a comer un helado de este local.

Si la denuncia es por una cuestión lingüística, cuenta además con otras vías administrativas, ya sea por medio de Consum o poniendo el caso en manos del nuevo Departamento de Política Lingüística, como también dice que ha hecho. Ha estado atareado el hombre, porque ha contado toda la odisea en X.

Y aquí se abre otro debate: ¿son las redes sociales el mejor canal en su caso, habiendo además utilizado las otras alternativas? ¿Qué persigue? No es que el denunciante sea muy conocido, pero forma parte de un partido, y tiene una buena red de contactos; sabe, por si fuera poco, que estos mensajes vuelan entre su parroquia. Y conoce también cómo se las gastan los activistas a los que iba destinado el tuit. Ha ocurrido lo que quería.

Por lo tanto, dicho lo cual, se percibe en él mala fe. Pero el karma se lo paga: una década después del “helado para todos”, ni tiene la independencia que defiende ni podrá comer este rico manjar de postre. Al menos, el que le queda cerca de casa. Uno de los mejores de toda Barcelona.