Una fiesta. Un encuentro formidable al lado de la playa, en el Bastian Beach. La Barcelona comprometida estuvo presente, muy consciente de lo que ha representado Crónica Global –y los medios del grupo GMG, entre ellos Metrópoli Abierta-- para el conjunto de la ciudadanía catalana. Lo celebramos, orgullosos, con algunas ideas que deben quedar claras.
Los medios de comunicación tienen una enorme responsabilidad. Los editores de esos medios y los profesionales que lo hacen posible. En Crónica Global un grupo de periodistas –solo eso, pero con todo lo que implica—capitaneados por Xavier Salvador, CEO del grupo GMG, supimos qué se debía hacer en momentos tan convulsos como los vividos en Cataluña en la última década.
De hecho, no ha sido nada del otro mundo. El problema es que ejercer la labor periodística acabó siendo un acto de enorme valentía, porque la corriente iba en sentido contrario.
Esa cuestión es interesante. Al margen de la comodidad de las empresas periodísticas, de su relación con las Administraciones, que las trataron con excesivo respeto cuando estas quisieron romper con la legalidad, la confusión fue total entre muchos profesionales.
Se asoció la defensa de la democracia con un movimiento independentista que nada tuvo que ver con el sistema democrático. En realidad lo violentó.
Sucedió en la transición, y a eso se acogían muchos jóvenes profesionales del periodismo y no tan jóvenes, que quisieron jugar a ser héroes de la democracia. En los años setenta se produjo una asociación entre políticos y periodistas. Se trazaron amistades. Las dos partes estaban en el mismo barco, y luchaban por una causa común: llevar a España por la senda de la democracia.
Con la irrupción de la causa independentista, forzada desde el poder --Artur Mas tiene una enorme responsabilidad de la que algún día deberá dar cuenta, con un libro, por ejemplo, que dijera la verdad—, una gran parte del periodismo en Cataluña entendió que debía jugar la misma carta que esos dirigentes nacionalistas catalanes.
Lo que estaba en juego, decían, era “la democracia”. Entonces, ¿por qué no dejar, por ejemplo, a casi la mitad de la Cámara catalana –los diputados del Parlament— en la estacada, vulnerando sus derechos? Es lo que hicieron en septiembre de 2017, entre otras muchas cosas. Y periodistas y dirigentes políticos se unieron en un movimiento demencial.
Crónica Global vio la jugada desde el primer día. Un puñado de profesionales, con Xavier Salvador y Joaquín Romero a la cabeza, que tuvieron claro cuál era el engaño. Y lo que se defendió, atención, era muy sencillo: periodismo, desde el catalanismo.
Nada de ir en contra de la propia sociedad catalana –como apuntaba el independentismo—, sino todo lo contrario: el catalanismo como la mejor herramienta para entender y proyectar Cataluña, un territorio que, entre otras cosas, hizo posible la construcción de España. Es decir, una comunidad ligada al conjunto de España, como parte esencial de ella.
Crónica Global debe seguir ahora el camino trazado, con una firme defensa de los valores democráticos, anclado en el catalanismo, que nada tiene que ver con el independentismo gracioso y grueso que se pensó y nunca fue mayoritario.
Un medio que defiende a sus ciudadanos, a sus empresas, a los emprendedores que creen en la libertad.
Y que tiene muy presente –para que no pase nunca más— que no se puede traicionar a –por lo menos— la mitad de la población catalana, aquella a la que se atrajo, y que siempre estuvo disponible, la que ha ayudado a construir la actual Cataluña.
Porque lo que se pretendió es, precisamente, traicionar la causa catalanista, la que ha creído que se podía construir un gran país desde la pluralidad: España.