Las imágenes y testimonios de lo que sucedido en la Comunidad Valenciana y otras autonomías, como Castilla-La Mancha o Andalucía, son pavorosos, atroces. El casi centenar de víctimas mortales y centenares de heridos que ha dejado la depresión aislada en niveles altos quitan las palabras. Sin contar, claro, con los incontables y en algunos casos irreparables daños en la propiedad pública y privada que ha provocado la galerna. 

Baste esta humilde columna para expresar la solidaridad con las familias de los fallecidos y el apoyo a los afectados de cualquier manera por el temporal. Solo queda que puedan despedirse como es debido de sus seres queridos, y que se les abrace y arrope como se merecen. Que no caigan en el olvido, como ha pasado con otras tragedias anteriores. 

Según los organismos de previsión meteorológica, las tormentas aún no se han disipado. Quedan alertas de varios niveles según el territorio. En Cataluña, según MeteoCat, rige hoy jueves la alerta amarilla en las comarcas limítrofes con Castellón. Son momentos, pues, de callar y dejar trabajar a los equipos de emergencias, cuerpos y fuerzas de seguridad, sanitarios y Protección Civil. A lo sumo, los medios de comunicación deberíamos explicarlo tan bien y con tanto rigor y precisión como sepamos. 

No, no es momento de la batalla política. Las inundaciones siguen, las labores de rescate están en marcha, y solo cabe acercarse como un solo hogar a los que han sufrido el azote de la gota fría. 

Eso sí, cuando amaine la lluvia y no haya personas y bienes en peligro, sí debería comenzar una labor de fiscalización. Es necesario dirimir qué falló para que la pérdida de vidas humanas sea tan insoportable, y los daños en infraestructuras y propiedades privadas tan devastadores. Si las danas son inevitables y tendremos que convivir con ellas, ¿deben cambiar los pueblos y ciudades? ¿Deben adaptarse los equipos de emergencia? ¿Debemos aprender los ciudadanos? ¿Debe mutar la obra pública para volverse incólume a las lenguas de agua? ¿Hay que modificar la forma en que construimos y vivimos? 

Y, también, cuando la lluvia remita, hay que preguntarse si los gestores públicos, sean del partido que sean y sea cual fuere el nivel administrativo en el que trabajen, fallaron. Porque su error pudo haber costado más vidas de las que ya lloramos; su desatino pudo haber sido muy lesivo para las infraestructuras y las viviendas que los humildes ciudadanos pagan religiosamente madrugando cada día.

Esa fiscalización ex post también debe hacerse. Sin partidismos ni actitudes sectarias, pero la sociedad, los gobernados, se lo merecen. Si nada más se pudo hacer, preparémonos a fondo para combatir el siguiente aguacero. Pero si hubo campos de mejora, que se depuren las responsabilidades hasta el final, con humildad, y no de forma incendiaria como algunos buscaron hacer ayer en las redes sociales o en el pasillo de la Cámara baja.

Pero esperemos a que la lluvia amaine, y a que el último ciudadano, sus seres queridos y sus casas y vehículos estén a salvo. Porque en estos momentos, lo primero es socorrerles