Hay que reconocerle un mérito a Carles Puigdemont: por muchos años que pasen y por muchos órdagos que lance a sus adversarios políticos, la gran mayoría de catalanes sigue pasando por el aro pensando que, esta vez sí, cumplirá con su palabra y hará frente a su destino.
Coló en octubre de 2017, cuando parecía que iba a declarar la independencia y solo se atrevió a enseñar la patita durante ocho gloriosos segundos que, aún hoy, le coronan con los laureles de la patria. También coló en las elecciones catalanas de diciembre de 2017, cuando pusieron su cara en los carteles electorales de Junts con la promesa de que el presidente legítimo volvería a Cataluña para ser investido tras haberse fugado a Bruselas. Y coló en 2021, cuando Junts volvió a utilizarle como cebo electoral junto a una incombustible Laura Borràs, afirmando que el president volvería elevando la presión sobre una ERC que, ya entonces, no estaba por desobedecer.
Esta vez, Puigdemont nos hizo creer que estaba dispuesto a volver en campaña para ser detenido por las autoridades españolas. También nos dijo que dejaría la política si no tenía los números para ser presidente. Luego nos hizo creer que el PSC se suicidaría absteniéndose para dejarle gobernar y, más tarde, que estaba como loco por presentarse a la investidura. Pero, en algún momento, pese a haberse embolsado una codiciada presidencia del Parlament que podía haber ido a parar a las manos de ERC, en Junts han decidido que mejor que no. Que mejor se presente Salvador Illa, que a Puigdemont le ha dado la risa.
Y que esto de la financiación singular, el ariete con el que Artur Mas llamó a las puertas de la Moncloa de Mariano Rajoy antes de subirse a lomos de la movilización ciudadana en favor de la independencia, es un escándalo. Un escándalo porque el presidente Sánchez permite a ERC apuntarse el tanto, y no a él, al igual que ha reconocido a los republicanos su liderazgo y compromiso para que se materializaran los indultos y la amnistía.
Vamos, que ERC aún está en disposición de cotizar en bolsa pese a haberse hundido en los 20 escaños, si está dispuesta a hacer política útil en el Congreso y en el Parlament, facilitando la investidura de Illa, en lugar de suicidarse en una repetición electoral que no desea casi nadie.
Tal vez el único que la desee sea Carles Puigdemont, el político que se indigna con las negociaciones ajenas, pero nos niega el derecho a la memoria sobre su interminable lista de promesas incumplidas. A fin de cuentas, si hay elecciones, se congela su compromiso de abandonar la política. Aunque también se congelen los recursos para profesores, médicos y policías, que esperan el desbloqueo tras más de una década perdida.