ERC ha sido, sin duda, la gran derrotada de las elecciones autonómicas del 12M. Ha dilapidado 13 de los 33 escaños que le permitían gobernar la Generalitat y presentarse como la primera formación secesionista.

Nadie ha perdido tanto como Esquerra en esta cita electoral, lo que no deja de ser curioso, puesto que fue Pere Aragonès (presidente autonómico y número tres del partido) quien adelantó las elecciones.

Es evidente que la apuesta fue un error. No se podría prever un resultado peor. Todas las encuestas anticipaban una caída de ERC, pero ninguna le daba menos del 16% de los votos (cosechó un 21% en 2021). Sin embargo, se quedó en un paupérrimo 13,68%, y se dejó 178.000 papeletas en el camino (casi un tercio de los votantes de hace tres años).

¿Habría adelantado Aragonès las elecciones de saber la que le iba a caer? No lo creo. Probablemente consideró que, tras el bloqueo presupuestario, podría frenar la suave tendencia a la baja de su partido y el crecimiento de Junts y el PSC.

Hoy es fácil criticarle, pero en marzo Cataluña estaba seca y se presagiaba un verano muy duro; parecía que a Junts le pasaría factura su obstaculización de las cuentas autonómicas y la imposibilidad de que Puigdemont hiciera campaña en Cataluña, y podía entenderse que el PSC sufriera un desgaste en favor de PP y Vox a cuenta de la amnistía.

Pero nada de eso ha ocurrido. Los pantanos han subido desde el 15% cuando Aragonès convocó elecciones, al 26% actual; a la gente le ha importado un pimiento que la Generalitat no tenga presupuestos (al fin y al cabo, es otra prórroga más entre las innumerables sufridas en la última década y media); los indepes han preferido concentrar su voto en el grotesco fugado en vez de en un pusilánime, y los constitucionalistas (lejos de toda lógica democrática) han avalado a los de los indultos y la amnistía.

En todo caso, lo sorprendente es que, tras el varapalo del 12M, solo haya caído Aragonès. En cualquier lugar civilizado, le habrían acompañado, al menos, Junqueras, Marta Rovira y Marta Vilalta. Porque nadie puede creer que la decisión del adelanto electoral fuese tomada, exclusivamente, por el president.

El dilema de ERC ahora es de aúpa. Si bloquea la investidura de Illa y facilita una repetición electoral, todo apunta a que Junts concentrará aún más el voto indepe, y el PSC el antiindepe, con lo que ERC seguiría cayendo. Si facilita la llegada de Illa a la Generalitat (entrando o no en el Govern), no parece que les vaya a ir mejor (¿un pacto con sus “carceleros”?), más allá de dilatar la inevitable decadencia.

Pero cualquier escenario es posible en un partido que tiene entre sus dirigentes a tipos como el bufón Gabriel Rufián, el conspirador Josep María Moleskine Jové, la racista Carme Forcadell, Raül Romeva (que en su época de eurodiputado denunció una falta de un jugador del Real Madrid ante la Comisión Europea), la xenófoba Dolors Bassa y Lluís Tetas gordas Salvadó (hoy recolocado al frente del Puerto de Barcelona, a 123.000 pavos al año).

Lo único que nos queda por saber es de qué morirá el enfermo. Y cuanto antes suceda, mejor para todos.