Cataluña está llamada de nuevo a las urnas. El gran reto del próximo president es que la legislatura que encabece supere los 30 meses de media, un récord local que explica el momento que vive el territorio. La última década se ha caracterizado por gobiernos de mucha ideología y poca gestión, y es posible que el resultado de este domingo sea endiablado.

Las últimas semanas han sido un momento de máxima pulsión política en Cataluña, el contexto ideal para que estallen operaciones empresariales que buscan que el foco de actualidad esté en otros lares. Y ha ocurrido por partida doble. BBVA se ha lanzado a lo bonzo contra Banco Sabadell, y los choques entre Veolia y Agbar por la estrategia de la gestora del agua.

La primera operación sólo se explica en clave personalista. El pulso entre Carlos Torres y Josep Oliu está impregnado de testosterona, y para entender la operación se debe tener en cuenta el perfil de los dos banqueros en liza. En el fondo, se trata de una pugna entre un consultor de McKinsey y un burgués local con varios tiros pegados.

BBVA conoce el sistema financiero catalán a raíz de haberse quedado los restos de dos cajas quebradas, CatalunyaCaixa y Unnim. El panorama interno del banco ha cambiado tanto como el mapa de entidades locales en los últimos años. Torres había fracasado en su primer intento de quedarse con el Sabadell y en esta ocasión el impacto personal ha sido mayor. Oliu ha sido tajante y no ha dudado en usar los errores de su rival a su favor. El mayor golpe: divulgar el correo en el que el presidente de BBVA admite (por escrito) que no tiene margen para mejorar las condiciones de la operación.

Torres y su equipo tienen razón en decir que hay mucha mala leche en esta comunicación a la CNMV, pero responderla con una OPA hostil y reconocer ante la prensa y los analistas que esta decisión es más de estómago que de cerebro es, sencillamente, incomprensible.

El mercado espera que la cúpula de BBVA tenga un as guardado bajo la manga. De lo contrario, el daño reputacional tanto para la entidad como para su primer directivo será mayúsculo. Sin plan B, es posible que el banco con sede en Bilbao se convierta en el primer accionista del Sabadell sin poder ejecutar ni en el corto ni en el medio plazo la absorción.

Torres ha conseguido lo impensable, la unanimidad de la clase política y los stakeholders del país en contra de la OPA. Frenar este tipo de operaciones es complejo, pero sólo se requiere el control de un ministerio para bloquear la fusión, y tanto el Gobierno como la oposición (PP y los nacionalistas catalanes) han pedido que así sea. El argumento usado, la excesiva concentración financiera de España, es incontestable, y fue planteado por el mismísimo Banco de España, experto en no mojarse ni bajo la ducha. Otro problema para BBVA.

Y mientras en la planta noble del edificio La Vela de Madrid aún estudian por dónde les han caído los golpes, tiene lugar otra pugna magna. Las fricciones en la cúpula entre Veolia y Agbar por las inversiones en la principal gestora de agua de Cataluña se han enrarecido y han saltado a la opinión pública.

Su origen es el habitual en las organizaciones de este perfil. La dirección de la multinacional -en Aubervilliers, París, sede de Veolia- decide que el grupo tiene que maximizar beneficios y que las actividades más rentables deben cubrir las que se desaceleran. Y Agbar está en el primer grupo, por lo que se han designado a un par de controllers para que lleven las eficiencias a la máxima expresión.

El problema es que el trabajo de los dos directivos no ha sido precisamente de finezza, algo complejo por su cometido; han llegado a podar el plan de mejoras de las infraestructuras hídricas que se pactó con la Generalitat y se definía en una ley para luchar contra la sequía. Es decir, un tropezón que demuestra las carencias de Veolia en conocer el territorio en el que opera.

Las pulsiones imperialistas son habituales cuando se gestiona un gigante con intereses en varios territorios. Revertir el error no es sencillo. Si la cúpula de la multinacional reconoce sus errores (es decir, mostrar sus debilidades) tendrá consecuencias. Si apuesta por una solución satisfactoria, Veolia está obligada a emplear unas dosis de empatía y estrategia que, por ahora, han brillado por su ausencia.

El mensaje de las urnas de este domingo será muy importante para Cataluña; pero ojo con las dos batallas empresariales en marcha. Cómo se cierren será un asunto capital para el futuro del territorio.