Si nada ni nadie lo evita, el restaurante La Mola, operativo en la cima de la montaña homónima desde hace seis décadas, bajará la persiana en un par de fines de semana. 

La Diputación de Barcelona, que asumió la gestión del parque natural años después de la apertura del comedor, dice que necesita tiempo para pensar si un servicio de restauración como el actual es beneficioso, neutro o perjudicial para el medio ambiente. La respuesta está implícita en la decisión de detener el negocio de la familia Gimferrer, que está al frente desde los inicios y que se va a quedar en la calle de un día para el otro.

Dicho de otro modo, la Diputación se quedó la propiedad de un negocio que ya estaba en funcionamiento y ahora va a echar a sus responsables, una familia casi entera que lleva toda la vida al frente de un restaurante ya icónico y por el que pasan 25.000 comensales cada año (sobre los 300.000 visitantes del parque, por lo que las sospechas de la Diputación de que La Mola es la causa de la masificación se desmoronan).

Nadie más que los Gimferrer ha querido hacerse cargo nunca del restaurante, pues esta familia es la única que se ha ido presentando a los continuos concursos. El motivo es obvio: da mucho trabajo subir a mano (en burro y mula) todas las provisiones, pues no hay carretera hasta la cima, y es muy pesado bajar la basura del mismo modo, por mencionar solo un par de las características rurales del establecimiento. Esta familia ha crecido allí. Y, además, cuida el monasterio románico en el que se encuentra el negocio. A ver quién lo hace ahora. Si cierra este restaurante, nadie lo reabrirá nunca. O será difícil.

La concesión actual termina en unos días, pero ha durado cinco años. Tiempo más que suficiente como para subsanar las deficiencias de las instalaciones y su entorno. No se ha hecho. No se ha querido hacer. Por el contrario, una familia se queda en el paro, mientras la gente seguirá subiendo a la cima digan lo que digan.

Las redes arden. Ya se han recogido más de 15.000 firmas contra el cierre. Habrá una protesta masiva en la cima el próximo día 20. Y hasta las mulas Nina y Morena, que suben a diario la montaña cargadas de víveres, han emitido un comunicado en el que se preguntan qué va a pasar con ellas, que en su momento ya fueron rescatadas del matadero.

El tiempo se agota y nadie plantea por el momento ni siquiera una situación provisional. Y el trasfondo de ello es preocupante: para el sistema, somos demasiada gente (y eso que no incentivan la natalidad ni por asomo) como para estar en la naturaleza, pero, a la vez, resulta harto complicado tener una casa en la que vivir. ¿Qué quieren hacer con la población? ¿Dónde nos van a meter? Las prohibiciones y restricciones no acostumbran a funcionar.