Un día, el periodismo barcelonés fue rico, como su cultura literaria o musical. La capital catalana era sede personal de grandes creadores e intelectuales mucho antes de que el nacionalismo lo invadiera todo y lo redujera a capillas dominicales a las que era preciso asistir con carnet o salvoconducto identitario especial. Barcelona tuvo siempre buenos diarios, la mejor radiodifusión española y una producción y viveza televisiva inimaginable hoy.

Pedro Vega San Martín fue de esos periodistas españoles tan atípicos como cosmopolitas. Aterrizó en Barcelona después de nacer en Santander, exiliarse en París y trabajar en Madrid muchos años. Cosas de la vida, de las relaciones y de los trabajos, Vega pasó el final de su vida profesional en Cataluña preocupado por el devenir de los acontecimientos. Ni al final de su existencia perdió el espíritu crítico de comunista viejo, especialmente analítico y observador, y era conmovedor verle preocuparse por qué sería capaz de hacer Jaume Collboni en la ciudad, una vez que Ada Colau (los suyos de antaño) había sido desalojada del poder consistorial.

Pedro Vega sufría con la política. Siempre fue de esos periodistas comprometidos con la narración crítica de la actualidad de los que apenas quedan restos arqueológicos. No comprendía a los comunes por más que los conocía a casi todos. Entendía que habían traicionado una cultura de la izquierda que él vivió en primera persona y hasta le costó un exilio. Nuestras últimas charlas fueron a propósito de los resultados electorales de julio. Le acongojaba el bloqueo al que parece condenada España, pero sobre todo el paisaje de país inservible que nos devolvía la retina del análisis político.

Fue un comunicador analítico, leído y, a pesar de su juvenil militancia, alejado de sectarismos o filiaciones partidarias. No estudió el oficio, lo aprendió en la trinchera de las redacciones por las que transitó justo después de exiliarse a París por sus actividades políticas antifranquistas, por sus mocedades en el Partido Comunista. De aquellos años de agitación conservó siempre el espíritu crítico que llevó a las formaciones comunistas a generar spin-offs con cada Internacional, con cada liderazgo de partido. Ese inconformismo periodístico, el de preguntarse siempre qué es lo que nadie había explicado en una rueda de prensa, le permitió trabajar para Miquel Roca y Florentino Pérez en la comunicación de la llamada Operación Reformista. Allí trabó grandes relaciones con la Convergència clásica, con algunos de sus popes de los primeros años. Fueron aquellas relaciones las que le dificultaban entender la espiral nacionalista radical de sus herederos en la actualidad.

Desde hacía unos años la delicada salud le preocupaba, aunque jamás llegó a paralizar su actividad social. Practicaba sus ITV médicas, como las llamaba, pero sin más renuncias que las justas para seguir un día a día nada quejoso y lo más normalizado que los médicos le permitían entre las revisiones, el Sintrón y las caminatas por la ciudad. Llegaba a bromear con el susto que le dio a Albert Gimeno hace unas semanas, cuando la salud se empeñó en avisar. No quería renunciar a la vida, seguía tomándose los cafés a pares y jamás se negó a saborear un buen vino blanco. Hace apenas unos días confesaba que ponía rumbo al domicilio familiar de Santander con la finalidad de esquilmar el fondo marino durante el ferragosto y que, a la vuelta, veríamos cómo estaba el patio de la política barcelonesa y catalana.

Pedro Vega no fue un periodista al que el Colegio de Periodistas de su demarcación tenga pensado homenajear. Es posible que ni tan solo dedique unas líneas a mantener viva su memoria. A pesar de que, poco antes del Covid, junto a su inseparable Fernando Jáuregui, organizara unas interesantes jornadas y debates entre los periodistas de Barcelona y de Madrid para analizar qué estaba pasando en la profesión con motivo del calentón del procés y la hooliganización del oficio en ambas latitudes. No, jamás tuvo un comportamiento corporativo ni de clan. En consecuencia, el periodismo de terminación nerviosa olvidará su aportación y solo su obra publicada, además de sus columnas de los lunes en Crónica Global en los últimos años, dejarán testimonio de un largo e intenso bagaje.

Pedro Vega nos ha dado su adiós definitivo a los 72 años, con la discreción y elegancia que siempre le caracterizó. Su marcha es la despedida de un caballero de la comunicación, un gentleman del periodismo, un tipo noble y leal, una persona íntegra. Es la despedida definitiva de un maestro en una profesión con exceso de aprendices. Deja buenos amigos, entre los que quisiera contarme, y que hoy no podremos acompañarle en ese último viaje. Le penará dejarnos este panorama, pero con su retranca habitual seguro que dará por buena su intensa existencia y allí donde recale solo echará de menos, de verdad, el fondo marino cantábrico. Él nos deja, pero su espíritu queda. Intentaremos no defraudarle. DEP.