Fin de ciclo. Las elecciones de este domingo abrirán una nueva etapa en el país. Más allá del resultado de las urnas y del posible cambio de inquilino en Moncloa, son los primeros comicios en los que las formaciones que surgieron para romper el bipartidismo han desaparecido del mapa político. PP y PSOE son de nuevo partidos fuertes y veremos al cierre de los colegios electorales cuál es el estado de salud real de Sumar y cuánto espacio tiene la extrema derecha de Vox.

En el caso catalán, también pasa examen un independentismo que ni siquiera ha conseguido pactar si la consigna es ir a votar o quedarse en casa. Y mientras la desafección y el enfado crecen en sus filas, algunas encuestas sitúan a la lista del PP encabezada por Nacho Martín Blanco como la segunda fuerza en el territorio, sólo superada por la del PSC.

Más allá de los sondeos, las generales de 2023 se recordarán como las elecciones con las peores campañas. Cuando más importante ha sido captar votos de indecisos, más erráticos han sido los candidatos. De hecho, los fallos propios han pesado más que las estrategias, especialmente en los casos de Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, protagonistas de sonoros traspiés en los que los periodistas han sido la clave.

Reivindicar el papel del cuarto poder es más necesario que nunca. Fiscalizar es la principal razón de ser de los medios de comunicación pero, con demasiada frecuencia, practicar la profesión con un mínimo rigor conlleva ataques frontales contra los medios e incluso a título personal contra sus profesionales. No son métodos nuevos y su empleo nos aleja de los mejores estándares democráticos.

Pero precisamente en la campaña en que los ataques a la prensa han sido más acusados, ha quedado más clara que nunca su importancia. Y lo sano que resulta para un país que exista un cuarto poder fuerte, engrasado y sin dependencias partidistas (de lo público).