La ciudad es para mí. Si me permiten, tomo prestada la idea del título de la magnífica película de Pedro Lazaga protagonizada por el actor catalanoaragonés Paco Martínez Soria, otro de los maltratados en la avenida Paralelo de Barcelona, la avenida de los teatros que no quiso ser el Broadway de la capital catalana y ha quedad en zona chunga en la que se viene la próxima gentrificación -¿alguien se acuerda de la discoteca Brisas? Pregunten-. Con la excepción de, por supuesto, el Mago Pop y alguno más. 

Porque algunos creen que la ciudad es para ellos. Tomen como ejemplo el Govern y su gestión de los recién recuperados Jardines del Palacio de Pedralbes y de la propia residencia real que los corona. El Ejecutivo catalán zanjó las cesiones temporales del vergel de las que venía disfrutando Concert Studio para organizar el Festival de Pedralbes durante una década. Una cita que no era del agrado de todo el mundo, claro, pero que estaba consolidada. Creaba riqueza y producto turístico, dicen los que entienden. 

Pues bien, al adquirir los terrenos, la Generalitat liquidó el derecho de ocupación temporal y lo sacó a concurso para tres años. La licitación la ganó uno de los vicepresidentes del FC Barcelona. Cataluña, país petit. Después de aquello, más favores que sólo hacen que empañar una postura que se antoja de todo menos neutral. 

Suerte que el sector privado, más estable y menos dado a favoritismos, ha seguido en masa a la propuesta cultural inicial. 

Lo del tufillo a que la ciudad es para los nuestros ni es nuevo ni es único en el Palau de la Generalitat. Hagan el ejercicio de cruzar la plaza de Sant Jaume. Al otro lado, en el Ayuntamiento de Barcelona, muchos en el sector musical se preguntan en Barcelona "qué tipo de enchufe tiene el Brunch Electrònik" para ocupar fin de semana sí y fin de semana también aquel parque, aquella loma de Montjuïc o aquel solar gigantesco que colinda con una zona residencial. 

Hagan otro ejercicio: monten un festival de la música que les plazca, a ser posible con DJs, y traten de ocupar un trozo del espacio público cualquiera en la Ciudad Condal. Los gobiernos de los diez distritos se le echarán encima y le tratarán de majadero. Y no les culpo: una parranda, y más si a usted le gusta la electrónica, subleva al vecindario y le crea un problema innecesario al concejal responsable.

Barcelona es una ciudad compacta, con espacio muy limitado y densamente poblada, y una juerga con platos y los Marshall emitiendo beats a todo volumen hasta las tantas de la madrugada es receta segura para una rebelión vecinal. Háganme caso: conozco a empresarios que lo han probado, presentando proyectos con planos de emergencia, sonometrías, limitadores de ruido y demás y les han mandado educadamente a freír espárragos. 

Pero los del Brunch, no. Tienen una suerte de bula papal de ocupación de terreno que nadie explica, salvo por un motivo tan evidente que no se puede reproducir en este artículo. Lo cierto es que había sintonía con los anteriores gobiernos de Ada Colau (BComú) y, tenga que ver o no, convertían ora este espacio ora aquel otro en un Monegros Festival en pleno casco urbano de Barcelona. 

Son sólo dos ejemplos de que la ciudad es para algunos, pero hay muchos más. Algunos gobiernos parecen regir el espacio común por otros criterios que no son la igualdad de trato y acceso y la armonía de usos, y nos gustaría saber cuáles son esas razones. 

Porque de lo contrario, algunos podemos pensar que no es que la ciudad sea para ellos, sino que la ciudad es de ellos