Madrugada en Moncloa y, entre refrescos y canapés, el núcleo duro actual de la presidencia del Gobierno decide en la noche electoral de hace solo una semana que la mejor defensa es un buen ataque. Pedro Sánchez, el corcho que siempre flota, comparece en la mañana del lunes con un motivo diferente del esperado: no anunciará ninguna remodelación de su equipo y tampoco admitirá los errores por los que su partido ha sufrido un descalabro autonómico y municipal. Al contrario, el jefe del Ejecutivo y del PSOE lanzará el órdago del verano: habrá elecciones en plena canícula estival. Y, allí, ya se verá.

Las elecciones se llevaron por delante a unos pocos dirigentes socialistas que ni de lejos preveían un guantazo electoral como el recibido el 28M. Salvo el reducto catalán, siempre matizado en sus comportamientos, la debacle del poder socialista fue general. El PSOE no ha extraviado muchos votos a favor de PP y Vox. Lo sucedido tiene que ver con la rotura de las muletas con las que caminó por el poder institucional los últimos cuatro años. Podemos y otros socios de la coalición gubernamental han vivido un descalabro de mayor proporción que Sánchez en el recuento de apoyos.

Con el anuncio del lunes pasado, Sánchez ha empezado su particular campaña. El efecto sorpresa, la necesidad de acelerar procesos en las formaciones adversarias y la ausencia de análisis sobre lo acontecido revolotean sobre las mesas de partidos y líderes como una amenaza general. El presidente ha demostrado con anterioridad su imprevisibilidad y los resultados siempre se han decantado hacia el espacio positivo de sus intereses personales.

De entrada, Sánchez es el responsable de que ERC ande contando los trocitos de la implosión electoral de la semana pasada. El abrazo del oso del diálogo, podría denominarse. Xavier Trias podrá ser temporalmente alcalde de Barcelona, pero el independentismo en general ha sufrido un correctivo. De ahí que tanto los de Oriol Junqueras como los de Carles Puigdemont recuperen aquellos aquelarres secesionistas de la década pasada. Se intensifica el uso de las chirucas y del fuego de campo entre los románticos identitarios. Urge, y no saben cómo, recomponer la unidad nacionalista si no quieren ser anulados en las próximas elecciones generales y quien sabe si en las autonómicas que están por venir por un PSC reforzado en los ayuntamientos catalanes y gracias a la creciente y centrada figura de su líder, Salvador Illa.

Pero mientras todo eso va aconteciendo, el camión de bomberos que conduce Sánchez se ha llevado por delante a unos pocos transeúntes de la política arrollados por la velocidad del presidente. El primero puede ser su hombre en Barcelona. Jaume Collboni habría sido alcalde de la Ciudad Condal si esa negociación no se produjera en medio de una campaña que se presenta a cara de perro. Ahora, aunque todavía quedan reuniones que celebrar y cromos que cambiar, la lógica lleva a pensar que la lista más votada de Trias acabará con la vara de mando, al menos de manera provisional.

No es el único damnificado por las eses en la trayectoria del tráiler de Sánchez. En el ámbito nacionalista, Jaume Giró preparaba su asalto a la política con mayúscula y cocinaba a fuego lento un pujolismo del siglo XXI. A la vieja usanza, en el territorio, con las bases, como Miquel Roca o el propio Jordi Pujol construyeron en su día. Hablaba con alcaldes y dirigentes territoriales que veían en el periodista de Badalona una alternativa a una cúpula que vive entre la sospecha de corrupción, cobardía e hiperventilación identitaria.

Giró quiso migrar a Madrid para recomponer la gestoría de CiU con su sello personal. Conocía el sistema de tanto como lo utilizó desde La Caixa y apenas necesitaba un resultado aceptable para hacerse valer como intermediario catalán ante un gobierno del PP o del PSOE. Llegó a anunciar que disputaría la cabeza de cartel por Barcelona a Miriam Nogueras, un blended de juventud vitriólica y arrojo inmaduro. Ni hablar del peluquín de Puigdemont en este asunto. El jefe en el exilio ha sido contundente: Giró no estará en la cabeza de la lista electoral. Y el sorprendido aspirante se ha visto obligado a confesar que no competirá por el puesto, pese a que su versión de la operación Trias era bien vista en algunos sectores de la formación postconvergente.

El compromiso adquirido por el de Badalona con las tesis nacionalistas también le hacen inservible para esa colocación a la que aspiran no pocos barceloneses de la burguesía ensimismada: la cuota catalana en un gobierno popular. Un nuevo Josep Piqué, vaya. Además de sus desaires al monarca, su regreso al expolio fiscal español y las dudas sobre su vocación política real, el magullado Jaume Giró debe competir con una lista larga de aspirantes a cubrir ese espacio en un Ejecutivo liderado por Alberto Núñez Feijóo.

El castañazo público de Giró, que prosigue a sus errores en La Caixa, en la consultoría de comunicación y hasta en el Barça, no se hubiera producido de disponer de tiempo suficiente para apuntalar su proyecto político. Sánchez, otra vez el presidente impredecible, el hombre de la precipitación política, ha cortado sin saberlo todas las posibilidades de la que quizá sea la actuación más razonable de Giró en los últimos años. Más que un cierto ridículo político, de los que Josep Tarradellas aconsejaba huir, Giró vive ahora en la tesitura de plantearse si se pone en modo avión político o se presenta en una comisaría para denunciar a Sánchez por exceso de velocidad. “Me atropelló”, se le escucharía farfullar ante un estupefacto agente del orden…