A estas alturas de la película, solo algunos ilusos dudan de que el indulto a los dirigentes independentistas condenados por promover el procés fue un error. Como también lo fue la eliminación del delito de sedición y la suavización de la malversación.
La puesta en libertad de los golpistas no ha servido para calmar a los radicales, como algunos predijeron. Al contrario, la magnanimidad del Gobierno de Sánchez con los ultras incluso les ha envalentonado.
Vemos ejemplos todas las semanas. El último es la rajada de la dirigente de ERC Dolors Bassa. “Eliminemos a aquellos partidos cuyos candidatos y candidatas se presenten en el debate de TV3 en castellano. No queremos la reconquista de España en Cataluña”, propuso la expresidiaria en Twitter durante un coloquio en la televisión autonómica.
En realidad, la sugerencia de la exconsejera de Asuntos Sociales de la Generalitat no debería sorprender a nadie. El nacionalismo (encarnado en ERC, Junts, comuns, la CUP y sus predecesores) nunca se ha escondido. Siempre ha sido racista y xenófobo.
A todos los que ahora se echan las manos a la cabeza con el caso Vinicius deberíamos preguntarles dónde han estado las últimas décadas. El racismo que sufre el delantero del Real Madrid difiere poco del que sufrimos los catalanes castellanohablantes en nuestra propia comunidad.
¿Acaso hay alguna diferencia entre llamar “mono” o “negro de mierda” a Vinicius y animar a “eliminar” a quienes usan el español en Cataluña? Recordemos que Heribert Barrera, expresidente del partido de Dolors Bassa, defendía en plena democracia que “los negros tienen un coeficiente inferior al de los blancos” y abominaba del “bilingüismo” en Cataluña. Y que el actual líder de ERC, Oriol Junqueras, escribía que “los catalanes tienen más proximidad genética con los franceses que con los españoles”.
También el expresidente de la Generalitat Quim Torra (Junts) calificó en 2012 de “carroñeros, víboras, hienas, bestias con forma humana” o con “un pequeño bache en su cadena de ADN” a quienes defendían el uso del castellano en un vuelo internacional.
Unos años antes, Jordi Pujol marcó el camino del nacionalismo catalán con sus dogmas: “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido. [...] El otro tipo de inmigrante [que hay en Cataluña --en referencia a ‘murcianos, andaluces, extremeños, etc.’--] es, generalmente, un hombre poco hecho. Es un hombre que hace centenares de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia, y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido un poco amplio de comunidad. A menudo, da pruebas de una excelente madera humana y todo él es una esperanza, pero, de entrada, constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España. Ya lo hemos dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar Cataluña, sin antes haber superado su propia perplejidad, desharía Cataluña. Introduciría en ella su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad”.
En realidad, el odio que sufre Vinicius solo es una de las consecuencias de la normalización del racismo que sembraron tipos como Pujol, Barrera, Junqueras y Torra, y que siguen cultivando personajes como Dolors Bassa. Indultar y normalizar el nacionalismo tiene estas cosas.