Debates recurrentes como el que me pregunto en el título salen a la palestra cada cierto tiempo por un hecho ocurrido que levanta la polémica de golpe. Es la magia del fútbol, un deporte que va más allá de los 90 minutos y de lo que es estrictamente deportivo. A partir de aquí, la respuesta da para muchas conclusiones, muchos matices y diferentes puntos de vista. Es indudable que España tiene tintes racistas. Como los tiene Brasil que viene de mandar con Jair Bolsonaro al frente, o la vecina Francia con muchos votos para Marine Le Pen en las últimas elecciones del pasado año.
Aceptamos nuestros defectos y miramos realmente el tema que nos atañe: el fútbol se ha convertido en uno de los deportes, lamentablemente desde hace décadas, más desagradables para asistir como público. Se permite el insulto como norma de expresión e, incluso, ha pretendido extenderse este modelo en otros ámbitos donde hace cuatro días estaba totalmente restringido, como es el caso del baloncesto. Los que tengáis niños, pocos deportes os quedan donde ir y estar tranquilos y convencidos de que podréis vivir una jornada llena de pasión, pero también respeto. En el Olímpic de Badalona, aunque sea ocasionalmente, ahora se escucha algún “hijo de puta” al unísono que antes era imposible imaginarse. Y lo mismo digo en aquellos partidos de competiciones menores, regionales e, incluso, infantiles. Los árbitros se han convertido en el elemento de caza de padres y madres que vomitan sus penas en un partido de fin de semana de sus hijos.
La pandemia del insulto gratuito se extiende, pero me duele que la reflexión, el gran show mediático, se haga porque Vinicius Júnior es un jugador del Real Madrid. Vamos a hablar claro: el debate no sale de golpe con tanto impacto porque este jugador sea negro, sino porque es del equipo blanco. El racismo es condenable, igual que la homofobia o la xenofobia. Y de estos ejemplos, últimamente, también hemos escuchado unos cuantos y aquí todo el mundo está callado. En el partido de ida de semifinales de Champions entre el Real Madrid y el Manchester City, a Guardiola lo trufaron de insultos: “Pep Guardiola hijo de puta”, “Ay, Guardiola, que delgado se te ve. Primero fueron las drogas. Hoy por Chueca se te ve”. Y ahora, 24-48 horas después del partido en Mestalla, se habla más de esto que justamente después del partido en el Santiago Bernabéu. ¿Acaso es más condenable decirle mono a Vinícius que hijo de puta o todo lo que viene a continuación a Guardiola?
No podemos tener insultos de primera y de segunda. Tampoco podemos tener personajes en el mundo del fútbol que no sepan cuál es su posición. Vinicius se puso a la altura de los racistas con la respuesta que ha dado y la provocación y mala educación que, jornada tras jornada, demuestra. Pero incluso así, puedo excusarlo porque vive en primera persona el insulto, está en caliente y es la víctima del caso. Lo que me parece inapropiado es cómo todo el entorno lo victimiza más de la cuenta, da lecciones y mira para otro lado cuando le conviene. Es el caso de Carlo Ancelotti que, en ningún caso, condenó con esta contundencia los ataques que recibió Guardiola, entre otros ejemplos.
Dicen que en la vida, lo más importante, es ser coherente. Pues aquí falta mucho de ello, pero también respeto.