La campaña de las elecciones municipales arranca esta noche y, si los Mossos d’Esquadra no lo impiden, la gran noticia será el enfrentamiento entre los okupas de la Bonanova y los matones de Desokupa. Hace tres semanas, ni se hablaba de esa usurpación de edificios de la Sareb. Hoy aparece en todas las portadas. ¿Exageración mediática? Lo cierto es que hay intereses en que esa situación se descontrole y la policía autonómica ha preparado un gran despliegue para evitarlo y así lo hemos contado los medios de comunicación.

Dirigentes de la extrema derecha se pasean por este barrio pijo de la ciudad cuyos vecinos han convivido con esos antisistema desde hace años sin que trascendiera ningún problema de orden público. Es obvio que hay motivos ocultos y, sobre todo, políticos en los enfoques que se están dando. Sin embargo, al igual que sucede con la inseguridad, es posible que las cifras reales de okupaciones no sean tan disparatadas y, en su mayoría, tienen que ver con el asalto a grandes naves o edificios vacíos, no con pisos particulares. Pero el ciudadano percibe que existe y es un problema, por lo que todos los alcaldables deberían ocuparse —perdón por el juego de palabras— de él. Dejar la solución en manos de Desokupa, como ya advertimos en esta misma columna, es peligroso, impone la ley del más fuerte y convierte la seguridad en un derecho que solo quienes tienen recursos pueden permitirse.

La okupación en la Bonanova está llamada a ser uno de los grandes temas de una campaña que viene precedida de la metedura de pata de Xavier Trias (Junts), quien aseguró que con un sueldo de 3.000 euros no se puede llegar a fin de mes, o del debate permanente de las superillas de Ada Colau. Más anecdótica ha sido la defensa a ultranza que Gabriel Rufián, candidato de ERC a la alcaldía de Santa Coloma de Gramenet, ha hecho de Sálvame tras conocerse su cancelación. Que el republicano rinda culto a un programa que hacía negocio con la humillación del contrario y el fomento de la cultura nini (ni estudia ni trabaja) da idea de la frivolidad del alcaldable que más ha utilizado al Govern para hacer promesas electorales en ámbitos donde ERC ya tiene competencias y, por tanto, ya podría haber cumplido.

Hace pocos días, el primer secretario del PSC, Salvador Illa, hacía un llamamiento a “pasar de la cultura de la queja a la cultura del trabajo". No sabemos si sus palabras iban dirigidas al independentismo en general o a los zánganos que ha entrevistado Jorge Javier Vázquez y defiende Rufián (y también Pablo Iglesias, así de revuelto y confuso está el mundo podemita), en particular. Igualmente complicado es desgranar si los 3.000 euros mencionados por Trias se referían a una unidad familiar. O si Ada Colau ha calibrado que peatonalizar el Eixample gentrificará todavía más esta zona bien de Barcelona, como ya sucedió en el barrio de Sant Antoni. Pero todos estos asuntos, incluido el de los okupas de la zona pija de la capital catalana, tienen un denominador común: el olvido de la clase trabajadora.

En efecto, en esta precampaña poco se ha hablado de las necesidades de ese ciudadano mileurista, que no tiene ahorros para comprar una vivienda susceptible de ser okupada, que no tiene resuelto el problema del transporte público porque los políticos no se ponen de acuerdo y que pagan sus impuestos religiosamente sin que ningún dirigente se haya planteado algún tipo de moratoria o alivio fiscal provisional. Incluyo en ese colectivo a quienes capitalizaron el paro tras la anterior crisis económica para montar un negocio para luego sufrir la pandemia y el alza de precios derivada de la guerra en Ucrania. Autónomos tratados como capitalistas por Colau.

La mayoría de los discursos van dirigidos a una clase media cuyas fronteras no están demasiado definidas, pero que indiscutiblemente no engloba a los jóvenes sin empleo y sin posibilidades de acceder a una vivienda. Al PSC se le ha echado en cara esa falta de atención a quienes la revolución digital va a dejar atrás, a quienes el alza de precios les obliga a renunciar al ocio.

Tampoco es que los discursos de los comunes mimen demasiado a esa working class. El ideologizado e idealista discurso de Ada Colau toca tierra muy pocas veces. Un trabajador no se puede permitir comprar un coche eléctrico. Y pocos residen en el Eixample peatonalizado. La ciudad de los 15 minutos —rediseñar las urbes para que sus habitantes realicen sus actividades personales, laborales y de ocio en ese tiempo a pie o en bicicleta, sin necesidad de transporte público o vehículo propio— puede ser muy beneficiosa para quienes teletrabajan, pero no está al alcance de un empleado de servicios. No veremos a Trias defender mucho este modelo, sostenible, sí, pero ya sabemos que el exalcalde se está dando una segunda oportunidad negando que los coches tengan algo que ver con el cambio climático.

Los partidos de la derecha tampoco están pensando demasiado en la clase trabajadora cuando se escandalizan por las okupaciones de la Bonanova o cuestionan la reforma de la avenida Meridiana. Invocan, eso sí, las dificultades de acceso que tienen los asalariados que viven fuera de Barcelona. Olvidando que ellos no votan en esta ciudad.