Ya es oficial: no atinan. Las administraciones públicas, todas, encadenan una cadena de errores con la Copa América de vela de Barcelona en 2024 rayanos en una salva de metralla que amenaza con destrozar la arboladura de la competición. Son traspié, tras traspié, tras traspié, algo que sólo está tapando el mero empuje del sector privado. De hecho, no es algo nuevo: la carrera de regatas es privada y la trajeron los patronos de la ciudad con un crowdfunding, pero los políticos corrieron a hacerse la foto. Incluso los que son abiertamente contrarios a ella.
La última pifia de la Copa es la gestión de una crisis que se ha intentado tapar, pero que Crónica Global ha desvelado: el corte de un cable de luz que dejó al Aquàrium de Barcelona y sus 11.000 ejemplares y 450 especies sin corriente durante días, amenazando así sus delicados ecosistemas. Es un incidente que puede pasar en cualquier obra, claro, pero lo que importa es la gestión. El Puerto se lavó las manos, la Copa América no se aclaraba y tuvo que ser Endesa la que solucionara el papelón y resolviera el incidente por medio de generadores eléctricos ante la "dimensión" del corte (sic). De nuevo, el sector privado enderezando el timón. Y evitando reclamaciones en los tribunales, por cierto.
Y es que desde fuera, parece que algunas administraciones no quieran la Copa América en Barcelona el próximo año. El CEO de la prueba y capitán del equipo defensor del título, Grant Dalton, anunció en noviembre que Mediapro tendría un importante espacio. La Autoridad Portuaria de Barcelona (APB) lo ha desautorizado y ha entregado el centro de interpretación a una desconocida empresa local que, también, es vieja amiga del Puerto.
Si yo fuera Dalton, que evidentemente no lo soy, llevaría un enfado mayúsculo encima. Porque pago la fiesta y otros se colocan las medallas.
Hay más cosas que contaremos, pero una es evidente: la Copa América y las administraciones tienen agendas y ritmos diferentes. Los primeros van a tiro fijo, tienen presupuesto y quieren un evento impoluto, y los segundos buscan colgarse una medalla a cada noticia. Lo del espíritu olímpico es, de momento y a la vista de lo que está pasando, un mero eslógan que ni se cumple ni algunos tienen intención alguna de hacerlo.
Baste decir que algunos ya comienzan a echar de menos a Damià Calvet y su entrega con la competición desde la APB. Los que están no atinan, no resuelven ni facilitan --que es su labor, pues la fiesta la pagan los neozelandeses-- y, lo que es más, escriben capítulos bochornosos.
Como ir por separado al Mobile World Congress (MWC): organizar un sarao en la feria tecnológica y tener que suspenderlo porque no acude nadie. O anunciar que los Mossos d'Esquadra serán la policía integral de la Copa América y tener que rectificar luego porque es, lisa y llanamente, mentira.
Sí, hay descoordinación. Sí, hay agendas diferentes. Sí, hay peleas intestinas. El Emirates y su Copa son una locomotora que maneja una importante cantidad de dinero y avanza a ritmo vertiginoso; mientras las administraciones --de tres colores políticos diferentes-- están más preocupadas en no quedarse fuera de la foto, en sus pequeñas cuitas regionales y, si acaso, arañar algún voto en año electoral.
Cuando se anunció que había fumata blanca para la Copa, algo que hicimos desde estas páginas, ya avisamos de que no cabía la pifia. Barcelona tenía una oportunidad tras años de atonía. Pues bien: está pasando. Parte pública y parte privada no están alineados --como definirían ahora las consultoras de procesos--, y por momentos, se da la imagen de ser el ejército de Pancho Villa.
Suerte tenemos con que los neozelandeses, además de dinero, tienen paciencia. La Copa regará con tantos fondos la Ciudad Condal y su Puerto que las meteduras de pata de los gestores públicos quedarán en un segundo plano. En el olvido. Pero no se equivoquen: lo estamos haciendo mal. El que sí cumple es el sector privado, que ya está invirtiendo a gran escala, y eso que falta más de un año.
Desde lo público la cosa se asemeja más al camarote de los hermanos Marx o una salva de cañón repleta de chapuzas, que no de metralla, sobre la nave del trofeo. Suerte que el bajel de la Copa América presume de un casco robusto y de tener la santabárbara a buen recaudo.