Nadie se acordará de Clara Ponsatí cuando se resuelva la situación de los fugados. Sí que habrá alguna que otra mención histórica a Carles Puigdemont, aunque será difícil encontrar un enfoque positivo. “El presidente catalán que huyó en un maletero”, “El independentista que quiso pactar con Putin”, “El político que suspendió la declaración unilateral de independencia”, “El dirigente que quiso reinar Cataluña después de muerto (políticamente hablando)”…
La deslealtad de Puigdemont hacia el gobierno de ERC ha adquirido con el regreso de Ponsatí tintes de mezquindad. La exconsejera de Educación volvió a España un día antes de que Meritxell Serret fuera juzgada por desobediencia con la única y exclusiva finalidad de demostrar que hay dos tipos de “exiliados”: los de Junts per Catalunya (JxCat), que plantan cara a la justicia, y los de Esquerra, que se ponen a disposición de ella. Es decir, que hay fugados de primera y segunda categoría. Lo dijo el propio Puigdemont: “El regreso de Ponsatí no se ha hecho de espaldas al exilio”. ¿El de Serret sí?
Está claro que el expresidente catalán omite deliberadamente los factores personales que llevaron a Serret a regresar tras una fuga de tres años. Refugiada en Bruselas, la exconsejera nunca llevó bien la distancia y así lo transmitió a diplomáticos españoles destinados en la ciudad belga. Crónica Global dio cuenta de ello antes del regreso de la hoy consejera de Acción Exterior. Lo hizo informando a la justicia y dando la cara ayer en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.
Serret y Ponsatí están acusadas de desobediencia, un delito que no conlleva penas de prisión. La republicana se puso a disposición de la justicia, sí, mientras que la neoconvergente lo hizo a disposición de los medios de comunicación, a la espera de que su detención, llevada a cabo durante un paseíllo por el centro de Barcelona, fuera emitida en directo. Para eso han quedado los dirigentes de Junts. Para montar un espectáculo callejero, a riesgo de evidenciar lo que no tienen; el apoyo de la sociedad catalana.
El arresto de Ponsatí ha sido analizado ya desde muchos puntos de vista. El social ha sido el más evidente, pues el activismo independentista, aquel que era capaz de cortar autopistas, invadir aeropuertos y quemar las calles, brilló por su ausencia. Está desactivado, sí, pero no porque ERC haya decidido dialogar con el Gobierno español, sino porque Puigdemont no tiene una estrategia de ruta alternativa.
El recurso fácil es tildar de traidores a los republicanos por ser cómplices de una estrategia de desinflamación de Pedro Sánchez. Lo difícil para Junts es rearmarse como partido y no entrar en contradicciones. No se puede ser independentista unilateral y, al mismo tiempo, intentar ganar la alcaldía de Barcelona con un candidato que esconde las siglas y se declara enemigo de la confrontación –aunque luego se haga fotos con un terrorista--. No se puede jugar con dos barajas, la convergente de toda la vida y la radical de ese Consejo de la República creado para deslegitimar el gobierno de Pere Aragonès.
Aunque tampoco este Ejecutivo es un dechado de coherencia. Que el consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, haga una comparecencia sin preguntas –luego critican el plasma de Mariano Rajoy— para justificar la detención de la eurodiputada es lo mismo que tildar de botiflers a los Mossos d’Esquadra que la practicaron. La gestión de Elena se está caracterizando por una sumisión preocupante a la CUP. Pero las declaraciones del martes son indignantes. La policía autonómica llevó a cabo un arresto impecable. En el fondo --ejecución de una orden judicial, esto es, cumplimiento estricto de la ley— y en la forma –sin aspavientos ni provocaciones--.
Si esa detención fue pactada o no es lo de menos. Quitarle hierro a esa muestra de “represión del Estado”, permitiendo incluso que Ponsatí publique un tuit criticando el arresto, es la mejor táctica política y policial. Le quita argumentos al victimismo y visualiza que la exconsejera de Educación era la enviada de Puigdemont, el títere utilizado para arremeter contra ERC. Aunque Elena no lo entienda y entre en el juego.
¿Un ensayo general de lo que sería el retorno del expresidente catalán? Puede, lo que acentúa esa manipulación de Ponsatí, que una vez en libertad –insisto, está acusada de delito de desobediencia que no va acompañado de cárcel, solo de inhabilitación--, ha regresado a Bruselas a la espera de comparecer ante el juez Pablo Llarena.