-Tócala otra vez, Sam, por los viejos tiempos
-No sé a lo que se refiere, señorita Ilsa
-Tócala, Sam, toca 'As time goes by'
Casablanca (Michael Curtiz, 1942)
Casi nadie que lea esta Zona Franca conocerá a Samuel López. Pero, créanme, su nombre ha sido determinante para la política catalana en los últimos días. Mucho más que el de una enfermera contra quien algunos han lanzado una fatwa por un simple vídeo en TikTok. No, la figura de Samuel es mucho más importante que eso. También mucho más crucial para la sanidad catalana.
Samuel, trabajador del transporte sanitario y delegado del sindicato CGT, fue una de las piezas iniciales que puso en marcha la maquinaria para aflorar la presunta corrupción en las ambulancias catalanas, que ha derivado en pieza separada de la macrocausa del caso 3% que se investiga en la Audiencia Nacional. Es cierto que después del sanitario hubo muchas más personas que no se pueden nombrar. Hombres y mujeres valientes, de la sanidad, de la policía y de la judicatura, que peinaron la industria buscando el carcinoma de la supuesta corrupción de financiación ilegal de CDC, hoy Junts. Si leen estas líneas, sabrán que me refiero a ellos. Gracias a su labor, se cree haber encontrado las células tóxicas y, por ello, se ha armado un caso judicial.
Pero primero fue Samuel. Este currela de romas formas, de insistente estar, de testarudez fuera de lo común, de músculos de gimnasio, de pinta de motero y a veces (muy pocas) un puntito faltón, fue capaz de señalar la corrupción sanitaria en Cataluña. Cuando llevaba ocho años enterrada. Muchos sabían que desde 2015 algo había pasado en las ambulancias catalanas, pero nadie, o muy pocos, dijeron nada. La Cataluña que calla. Era más que la Dinamarca del sur, la Nápoles del norte. No digueu res no sigui cas que prenguem mal.
Lo cierto es que hubo, cree la policía, un saqueo del transporte sanitario por parte del entorno de CDC y con 2.000 millones de euros en juego. Todo ello se tendrá que probar en sede judicial. Pero era necesario investigarlo, dicen muchos ahora. ¿Por qué no lo dijeron antes?
Samuel sí lo dijo. Habló con quien debía, actuó cuando otros habían tirado la toalla y activó la maquinaria. Es verdad que después hubo gente valiente que le cogió el relevo. Personas que investigaron de forma silente y eficaz. Profesionales que apoyaron donde pudieron. Y, si me permitan, periodistas que simplemente contamos cómo estalló. Pero los plumillas fuimos los últimos: primero fue Samuel, y después otro grupo mucho más numeroso de personas. El mérito es suyo.
No se equivoquen: no compartimos mucho con CGT. Nos hemos propinado guantazos de ida y vuelta por su idealismo y por su sector independentista, que ellos niegan tener, pero que existe. A menudo, se afea que el cuarto sindicato en la sanidad pública catalana --según delegados en la Mesa Sectorial del ICS-- es maximalista, le cuesta negociar y pide lo imposible. Es así. Pero como en todos lados, a veces hay en los sindicatos personas que aciertan y hacen un buen trabajo. Cuando toca felicitar, se felicita. Contra algunos discursos, los sindicatos, como las patronales, sirven. Es la concertación social. El sistema funciona.
El estallido de la pata sanitaria del caso 3% sigue el mismo patrón que el resto de la macrocausa. Se investiga si la presunta trama de saqueo de CDC gangrenó también la sanidad pública. Con el agravante de que hablamos del transporte de pacientes, un sector estratégico para el sistema común. Sin él, no hay hospital que valga. Podemos tener el Mount Sinaí de Nueva York, pero sin un buen sistema de ambulancias, la estructura quebrará. Son la sangre que corre por las arterias. Son como el Banco de Sangre y Tejidos (BST), donde, por cierto, Junts también ha comenzado a repartir favores.
En todo ello estaba pringado David Madí, cómo no. El empresario independentista lubricó la operación de compra de Ambulancias Egara acompañado del constructor Joan Albert Arqués, investigado en la trama del 3%. Madí, hombre de exquisitas formas, y Arqués, prócer leridano al que gusta pedir el vino de su propia bodega cuando come, posibilitaron que Egara cambiara de laboriosa transportista familiar de Terrassa a mero satélite de CDC. Lo que queda por ver es cómo lo hicieron, por qué --¿pura filantropía empresarial, servicio al país o mecanismo de financiación ilegal?-- y si ello fue delictivo. Pero estar, estuvieron. Lo contamos aquí.
En aquel momento, nadie, o pocos, pensaban que un chaval que trabaja en el Baix Llobregat con peto de ambulanciero cortaría el paso al todopoderoso sector negocios de CDC. Pues bien, ha pasado. Samuel apuntó bien, dio con el resorte adecuado, lo activó y otros muchos se movieron después. Pero primero fue él.
Por ello, desde aquí y desde la discrepancia más absoluta en casi todo lo demás con él, le dedico estas líneas. Los gestores públicos llevan años teorizando y sentando cátedra sobre la figura del whistleblower, el denunciante de corrupción. Quizá deberían ahorrarse seminarios, talleres y disertaciones y mirar qué talento tienen a su alrededor. Porque si Samuel lo hizo, muchos otros en sus ámbitos de vida o trabajo también pueden. No esperamos (casi) nada de los gestores públicos, pues una semana más tarde aún estamos aguardando que la Consejería de Salud se pronuncie sobre qué implica que exista una empresa posiblemente corrompida que sea gran contratista del CatSalut.
No, de ellos no esperamos nada. Pero de los ciudadanos valientes, sí. Tiene que haber más Samuel. En otros sitios y en otros ámbitos. Desde aquí, tócala otra vez, Samuel.