Cataluña lleva ya demasiado tiempo sumida en la inestabilidad (sin liderazgos y con elecciones recurrentes) y la confrontación (con el negocio del procés), por no hablar de la pandemia y otros elementos sobrevenidos (la interesada guerra que se libra en Ucrania) que repercuten directamente en los bolsillos y en la vida de los ciudadanos. Por algún lado tiene que explotar la bomba de relojería, aunque pocas manifestaciones hay para todo lo que pasa. Supongo que es por el pan y circo, mientras la gente vaya tirando…
Este miércoles, sin embargo, coinciden distintas huelgas, porque hay sectores que están hasta las narices y son capaces de organizarse para salir a la calle y protestar. Los paros más destacados los protagonizan los médicos, hastiados de los meses de pandemia, que ha sido la gota que ha colmado el vaso. Piden abandonar la precariedad, y no ya por ellos, que también, porque están agotados, sino por su vocación de servicio al paciente, el gran damnificado del fallo generalizado de un sistema obsoleto y dañado por los constantes recortes mientras, en paralelo, la sociedad es cada vez más vieja y necesita más cuidados sanitarios. Todo el mundo conoce algún caso de desencanto/indignación con la sanidad.
También los docentes dicen basta ante la gestión del conseller Cambray, un verso libre que hace y deshace a su antojo, sin acordar sus medidas con los trabajadores (como el avance del curso), por no hablar de que deja vendidos a los centros en el asunto lingüístico. Él, defensor del monolingüismo, ha hecho piruetas para evitar las sentencias judiciales que imponen un mínimo del 25% de la enseñanza en castellano, pero no protege a los directores, que son los que deben responder ante tal desaguisado. En definitiva, un guirigay. A estas movilizaciones hay que sumar los paros de los letrados de Justicia (en toda España), otros que no pueden más ante el aumento de las cargas de trabajo sin compensación por ello, y cuya huelga puede parar hasta 10.000 juicios al día.
Y si eran pocos llegó el taxi para plantear también una jornada de paros, aunque su caso es distinto a los anteriores. Quieren mejoras, sí, pero aquí el conflicto fundamental radica en la regulación del sector, ya que no gozan de las mismas condiciones estos conductores que los de VTC. Las dos partes tienen razón y, a la vez, no la tienen: por un lado, no se puede pretender el monopolio del transporte de personas y, por el otro, tampoco es justo que no se compita en igualdad. El matonismo no es una opción. El Govern debe, al menos, mediar en esta causa. Más lío. En todo caso, una muestra más de un descontento social creciente y que le llega al Ejecutivo autonómico con un gobierno en minoría, pendiente del ruido procesista y sin presupuestos, lo que complica el desatasco de estos problemas. Pero no parece que los políticos estén muy por la labor de arreglarlo, al contrario, se siguen peleando por las cuentas y demorando su firma. ¿Tanto cuesta ponerse de acuerdo?