Podemos montó el miércoles pasado una de sus campañas en las redes, esta vez contra Àngels Barceló, directora de Hoy por hoy, de la Cadena Ser. Tras preguntar a Ione Belarra si consultaría con Pablo Iglesias el papel del partido en la plataforma que trata de crear Yolanda Díaz, la actual secretaria general de Podemos respondió ofendida que Barceló nunca habría hecho esa pregunta a un hombre.
El incidente fue la excusa que usó Iglesias para lanzar sus huestes tuiteras contra la periodista, a la que ya había descalificado desde la tertulia de Hora 25, un programa de la misma cadena que dirige Aimar Bretos. El antiguo vicepresidente del Gobierno insistió en la misma idea de Belarra, que la pregunta era, además de antipodemita, machista.
Los mandos de Podemos son jóvenes, pero deberían conocer la historia de España, al menos la reciente. Gerardo Iglesias sucedió en la secretaría general del PCE al carismático Santiago Carrillo y vivió su mandato soportando las referencias al padrinazgo que sobre él ejercía el viejo dirigente comunista. Joaquín Almunia, secretario general del PSOE desde el 34 congreso del partido, nunca acabó de eliminar la sombra que Felipe González proyectaba sobre él. Manuel Fraga acuñó la célebre frase “ni tutelas ni tutías” para rechazar contra el convencimiento generalizado de que el bisoño José María Aznar pasaría unos años bajo el ala protectora del político gallego cuando le sucedió al frente del PP.
Todos ellos sufrieron lo suyo para quitarse de encima la sospecha de estar teledirigidos por sus antiguos jefes, como les recordaba la prensa a menudo; alguno nunca lo consiguió.
La misma imagen genera Belarra, que aun siendo ministra, da la impresión de pintar mucho menos en su partido que el omnipresente Iglesias, siempre de actualidad envuelto en la polémica. Sobre todo desde que ha puesto en marcha el proyecto de construir un grupo editorial con el que combatir el poder mediático de la derecha y los poderosos, como él los define. Medios y cloacas ha titulado el libro en el que dibuja el panorama de la comunicación en España y la necesidad de crear una alternativa cuyo mascarón de proa será la televisión Canal Red, que pese a su nombre está recaudando fondos para emitir con una licencia como el resto de teles.
De momento, Canal Red cuelga de Público, el diario vinculado a Jaume Roures, el magnate que también aportará capital a la nueva empresa. Dos campañas de crowdfunding deben facilitar el resto de los recursos necesarios para competir con las grandes cadenas.
El papel de Iglesias en la nueva compañía no consiste solo en dirigirla, sino que es el primer actor de la campaña de marketing con la que cada día trata de hacerse un hueco en el mercado erosionando a los periodistas que él considera progresía mediática y que son referentes del votante de izquierdas; quiere penetrar en ese nicho despellejando al adversario. Lo ha hecho con Barceló, como hizo con Antonio García Farreras y Ana Pastor, antiguos compañeros de viaje, pero señores de un espacio comunicativo al que aspira Canal Red.
En la misma línea, el líder de Podemos –con 2,7 millones de seguidores en Twitter-- ha embestido a comentaristas de un medio conservador, como es La Vanguardia, pero que tienen ascendente sobre los lectores progresistas. De colegas muy cercanos del propio Iglesias han pasado sin solución de continuidad a ser colaboracionistas de la oligarquía y fabricantes de sus panfletos reaccionarios. Eldiario.es, con una sólida base de suscriptores de izquierdas, también está en el punto de mira de la campaña de descrédito: es la muleta del PSOE y de la parte facha del Gobierno. No digamos ya de El País, un referente de la socialdemocracia y el liberalismo en España; ahí no hay distinción entre redactores y columnistas: se trata de la principal cabecera de la prensa del régimen del 78, según la terminología al uso, que está al servicio de los grandes poderes.
No es de extrañar que Àngels Barceló se haya tomado muy a pecho la última andanada de la razzia podemita, pero debería saber que no es nada personal, solo son negocios.