La historia es muy simple. Josep Lluís Alay, un tipo turbio que trabaja para el fugado Puigdemont con un envidiable sueldo público, estuvo trajinando con los rusos para ver si les echaban una mano con el procés. Rusia, siempre dispuesta a desestabilizar la Unión Europea, era vista como un buen aliado para los intereses del nacionalismo catalán.

El propio Alay lo reconoció hace unos meses en TV3. Sin embargo, ahora que Putin ha montado una guerra en Ucrania, que nos ha dejado al borde de un conflicto nuclear y que todo el mundo lo ve ya como el sátrapa que es, el escudero de Puigdemont trata de desmarcarse de tamaña majadería.

Pero ya es demasiado tarde. El Parlamento Europeo ha ordenado una investigación en profundidad para ver hasta dónde llegaron esos contactos, de tal forma que la imagen internacional del independentismo catalán se equipara a la de la extrema derecha del viejo continente.

ERC, temerosa de verse arrastrada al fango por los desvaríos de JxCat, sus socios en el Govern, dice que ellos no sabían nada. Que fue cosa de “señoritos que se paseaban por Europa pensando que eran James Bond”, en palabras de Rufián. Y les acusa de actuar con “frivolidad”.

No obstante, la cosa tiene guasa, porque los que pretenden presentarse como la voz del sentido común aprobaron el domingo pasado una hoja de ruta política para los próximos años que puede calificarse de cualquier cosa menos de razonable.

Los de Aragonès dejaron negro sobre blanco su compromiso de que, si no conseguían la secesión mediante la “negociación” con el Gobierno, apostarían por la “desobediencia” y por el “desbordamiento democrático”. Es decir, que volverían a las andadas de antaño, aquellas que obligaron a poner orden con unos cuantos antidisturbios, unos meses de 155 y varios años de cárcel.

Recordemos también que, en las últimas semanas, el líder de ERC, Oriol Junqueras, ha comparado la invasión rusa de Ucrania con Cataluña (de la mano del exmiembro de la banda terrorista de ETA Arnaldo Otegi) y ha lanzado proclamas incendiarias a sus bases (“Os exijo que lo volvamos a hacer”, llegó a señalar enardecido en un discurso demencial en Igualada).

Por más que la mayoría de los terceristas y algún que otro lameculos del nacionalismo se empeñen en lo contrario, cada vez queda más claro que ERC y JxCat no son tan diferentes como nos quieren vender. Y la guerra fratricida que desangra a ambas formaciones nada tiene que ver con un enfrentamiento entre la razón y la enajenación. Tan solo es una lucha por el poder.