Estuvo ágil y certero Miquel Iceta. Al ministro de Cultura y líder del PSC durante los últimos años no se le recordaban intervenciones tan brillantes y categóricas en asuntos que tenían barniz nacionalista. Serán los influjos cervantinos de su nueva ocupación o las últimas lecturas realizadas, pero lo cierto es que el socialista no se cortó un pelo al calificar de “catetada” la negativa del Ayuntamiento de Barcelona a que El Quijote tenga una estatua en el barrio de la Barceloneta. Una iniciativa que partía del grupo municipal de Ciudadanos en el consistorio.

El cervantista barcelonés Martín de Riquer se echaría las manos a la cabeza con la decisión del gobierno local que preside Ada Colau. Y no sería el único. En el gesto le acompañaría toda la industria editorial que durante décadas convirtió a Barcelona en la capital española de la literatura. El escritor más universal convivió con la ciudad, pasó por ella y la convirtió en protagonista literaria de su obra. La Barcelona progre que gobierna hoy no parece muy receptiva con ese pasado literario. Prefieren, como tontos ilustrados, todo lo que tenga que ver con el arte figurativo de nueva planta que tan difícil resulta de recepcionar (belenes navideños incluidos). Quizá están demasiado complacidos por un sistema educativo que arrinconó durante demasiados años determinadas lecturas con una clara intención hispanofóbica.

El ministro hizo sus declaraciones nada más saberse la negativa municipal. Desconozco si Iceta estaba al corriente de que el grupo municipal socialista fue uno de los que votaron en contra (junto a Barcelona en Comú y ERC) de inmortalizar a El Quijote en las inmediaciones del Mediterráneo. Sí, tenía razón: una catetada de la que su formación política es colaboradora necesaria. De poco le sirve a Jaume Collboni desplazarse después a S’Agaró ante el mundo empresarial para combatir con datos rigurosos algunos entuertos económicos sobre Barcelona si el grupo municipal que dirige se dedica a estos pormenores con tan escasa fortuna.

El tacticismo de las formaciones políticas lleva a dislates como el anterior. Tanto cálculo electoral, tanta demoscopia facilita que los partidos bordeen de forma permanente la contradicción ridícula que aleja demasiado a la ciudadanía. Por ejemplo: ¿sabrá el PSC afrontar sin catetadas la reciente resolución del Supremo sobre la lengua en las escuelas catalanas?, ¿podrá finalmente el PP articular un discurso sobre Cataluña que sea pronunciable en Madrid o Barcelona sin ruborizarse en ningún lado?

El portavoz de los comunes Jordi Martí (exsocialista) se apresuró a decir que no rechazaban la figura de Cervantes, sino el “monumentalismo”. Iceta fue más allá en su reacción y calificó el rechazo a El Quijote de “vergüenza”. Le hubiera servido mucho más parafrasear a Conan Doyle y decir aquello de que un cateto encuentra siempre otro más cateto que lo admira. Son legión en la Cataluña política.