La pandemia ha tenido, y tiene, efectos devastadores sobre la salud y la economía. Más de 80 millones de infectados y casi dos millones de muertos, mientras que el PIB de la OCDE se retraerá este año el 4,2%, un dato muy negativo, pero menos de lo que se había previsto gracias al rápido desarrollo de las vacunas.

Lo que está por ver es cómo afectará a nuestra vida una vez hayamos superado la crisis, lo que probablemente ocurrirá a finales de 2021, y cómo reflejará el futuro estos dos años de máximo estrés que vivimos.

El esfuerzo colectivo de la mayoría de los países para comprar millones de dosis de las vacunas y distribuirlas gratuitamente es significativo de la huella que dejará en la sanidad pública. Esa apuesta de los Estados ha influido ya en el descubrimiento de los antídotos, puesto que ha permitido que los laboratorios vieran pronto el retorno de sus inversiones, y además ha abierto la puerta a nuevos vehículos para combatir viejos virus.

No solo es más barato inmunizar que curar, sino que el mundo ha corregido el error de la receta aplicada en la recesión del 2008 y se ha volcado inyectando dinero a raudales mientras contiene los tipos de interés a precio cero. Investigadores como Óscar Jordà, profesor de la Universidad de California y miembro de la Reserva Federal del mismo Estado, han llegado a la conclusión de que la ausencia de mecanismos de reestructuración de la deuda de los particulares prolonga las crisis y dificulta la recuperación de la economía. Si las familias dispusieran de recursos legales para afrontar su pasivo como los que tienen las empresas, la actividad levantaría cabeza antes y todos saldríamos ganando. Es otra equivocación que puede ser corregida a corto plazo y de consecuencias profundas: la recuperación en V.

Quienes han estudiado la escasa documentación disponible de la gripe española de 1918 también han llegado a algunas conclusiones interesantes. Sabemos que se le llamó así porque era el único país que, estando afectado por la pandemia, hablaba de ella; los demás aplicaron la censura para que las noticias sobre los primeros brotes conocidos --en EEUU-- no minaran la moral de la tropa que se jugaba la vida en las trincheras de la primera guerra mundial. España lo explicaba porque era neutral.

De aquel desastre se conservan pocos testimonios debido justamente a esa mordaza y a su coincidencia con la guerra, pese a que el virus acabó con casi 50 millones de personas, mientras que el conflicto bélico se llevó por delante a 20 millones. Hace dos años se cumplió el centenario de la plaga sin que nadie hiciera por recordarla. Hasta la irrupción del coronavirus muy a finales de 2019 permanecía olvidada y, sin embargo, en su día condicionó el futuro de la humanidad.

Jennifer Cole, antropóloga de la Universidad Royal Holloway, sostiene que las pandemias arrojan luz sobre la sociedad, que “suele emerger de ellas con un modelo más justo y equitativo”. Esa deducción optimista se basa en la constatación de algunos hechos que permiten pensar que el nacimiento del Estado del bienestar tuvo que ver con la gripe española y sus secuelas. De hecho, fue Rusia donde se instaló la primera red pública de sanidad en 1920, el año que abría la década en que se crearon los ministerios de Salud en los países más avanzados.

España tuvo que esperar a noviembre de 1936, en plena guerra civil, para ver el primer Ministerio de Sanidad, dirigido además por la primera mujer ministra de nuestra historia, Federica Montseny. Tres años antes, el Ministerio de Trabajo de Francisco Largo Caballero había absorbido la subsecretaría de Sanidad y Beneficencia. Otra vez llegábamos tarde.

No se trata de hacer una lectura voluntarista de este momento tan difícil, sino de aprovechar el respiro que da la llegada de la vacuna para mirar con cierta perspectiva dónde nos encontramos. Debemos evitar que esa especie de árboles bobos que de siempre han poblado este país nos distraigan y nos impidan ver el bosque en su conjunto. Me refiero a esos que se fijan en el malintencionado reparto de 1.714.000 mascarillas, que reparan en los apellidos de los primeros vacunados o que maldicen el embalaje de las medicinas. Hay que hacer como si no los viéramos, perdidos como están en su propia espesura.