Los resultados de las elecciones generales del domingo dejan un triunfador indiscutible. Tras varios años luchando sin ningún apoyo contra los más poderosos, dentro y fuera del partido, ha quedado claro que Pedro Sánchez es un ganador nato. Su figura está más consolidada que nunca. Su autoridad es incontestable en el PSOE. Y todo apunta a que hay líder para rato.

En la otra orilla cabe destacar que, pese a la contundente derrota del bloque de derecha y centro-derecha, este ha obtenido un apoyo popular casi idéntico al bloque de izquierdas. PSOE, Podemos, ECP y Compromís han cosechado 11.386.435 votos, frente a los 11.276.920 de PP, Cs, Vox y NA+. Poco más de 100.000 votos de diferencia. Es decir, la división del voto ha perjudicado sustancialmente a los segundos, dejándolos en 149 diputados, por 166 de los primeros --a la espera de recontar el voto CERA--. Pero la batalla por hacerse con la hegemonía del espacio de derecha y centro-derecha no ha hecho más que comenzar, así que esa fragmentación parece que se mantendrá a corto y medio plazo.

Además, el aumento de la participación lo ha capitalizado el bloque de izquierdas, que ha pasado de 10.531.384 votos hace tres años a 11.386.435 votos ahora (855.000 más), frente a la derecha y centro-derecha, que solo ha aumentado de 11.082.806 a 11.276.920 sufragios (apenas 194.000 más). No hay duda de que las altas expectativas que se otorgaban a Vox han generado la movilización del votante de izquierda, a nivel nacional, y del independentista, en Cataluña, donde estos han ganado por primera vez unas generales y han pasado de 1.115.722 votos (ERC-CDC) a 1.626.001 (ERC-JxCAT-Front).

Así las cosas, ahora toda la atención se centra en cómo gobernará Sánchez. La vicepresidenta Calvo ha avanzado que su intención es hacerlo en solitario, aunque es evidente que el concurso de Podemos será trascendental en la nueva legislatura, ya sea desde dentro (¿Pablo Iglesias como vicepresidente o ministro con supercartera?) o desde fuera del ejecutivo.

Pero al PSOE no le bastará con los morados (y Compromís). 166 escaños no son suficientes para garantizar la estabilidad durante toda la legislatura. Rajoy lo sabe bien, que cayó hace un año pese a atesorar 169 asientos. Y también el propio Sánchez, quien ya ha constatado que, sin mayoría absoluta, no habrá presupuestos y, por tanto, es casi imposible gobernar.

Hay algunos aliados que el PSOE podría sumar con facilidad. Lo que podríamos denominar como el grupo de los fenicios (expertos en negociar): los nacionalistas vascos del PNV (6 diputados), los nacionalistas canarios de CCa-PNC (2) y los regionalistas cántabros del PRC (1). Aunque tampoco sería bastante pues llegarían a 175 escaños, a uno de la mayoría absoluta.

¿Qué más queda para elegir? Pues únicamente ERC (15 diputados), JxCAT (7) y EH-Bildu (4).

Es decir, tras el 28A, las opciones de Sánchez para alcanzar la mayoría absoluta son similares a las que tenía antes de las elecciones. Entonces era necesario el apoyo de ERC y JxCAT/PDeCAT, y ahora es inevitable escoger entre Rufián, Puigdemont y Otegi (sería indispensable, al menos, la abstención de uno de ellos). Un menú muy indigesto y parecido al de los últimos meses. Con una diferencia: ahora sí es posible aritméticamente la alternativa de Cs.

No son pocas las voces que reclaman un acuerdo entre PSOE y Cs. Probablemente sería el que más estabilidad daría a la gobernabilidad del país y eliminaría la influencia de nacionalistas e independentistas. Pero ni Cs se muestra dispuesto a propiciarlo (Rivera prefiere centrarse en comerle todo el espacio al PP desde la oposición y no quiere ver a Sánchez ni en pintura) ni el PSOE está por la labor (aunque el presidente aseguró del domingo que no pondrá un “cordón sanitario” a Cs, sus seguidores más entusiastas fueron rotundos: “¡Con Rivera, no!” --“Yo creo que ha quedado bastante claro, ¿no?”, respondió él--; por no hablar de la feroz resistencia que el PSC pondría a ese pacto).

Descartados también Puigdemont y Otegi --ni un fanático que maneja los hilos de un “racista” (en palabras de Sánchez) ni un exterrorista parece que estén en la agenda socialista--, todos los caminos conducen de nuevo a ERC.

Algunos analistas señalan que ERC no tiene nada que ver con JxCAT. Que han escarmentado. Que se han moderado. Que quieren cambiar. Que están dispuestos a avanzar hacia la independencia más despacio y dentro de la ley. Que los buenos resultados de este domingo les ayudarán a desmarcarse de Puigdemont.

Pero se olvidan de que estos resultados son, precisamente, fruto de su intransigencia con Sánchez en la negociación de los presupuestos hace solo unas semanas. Son fruto de dejarle caer. Olvidan que el gran apoyo que ha recibido ERC responde a que sus votantes consideran que son la mejor opción para presionar al Gobierno. Para sacarle más contrapartidas en clave independentista.

Y también olvidan que ERC es la misma formación cuya número dos --hoy huida de la justicia en Suiza--, hace apenas unos meses, presionó llorando a Puigdemont para que no convocara elecciones y siguiese adelante con la DUI. La misma formación cuyo líder, Oriol Junqueras --hoy en prisión por participar en el intento de secesión ilegal, presuntamente, violento o tumultuoso, que asegura que “lo volvería a hacer” y que se autoproclama “preso político”--, no hace tanto tiempo que amenazaba con parar la economía catalana si el Gobierno no permitía la celebración de un referéndum secesionista.

Sánchez ha salido fortalecido del 28A pero se enfrenta a las mismas dificultades para gobernar que tenía antes del domingo.