España sabe crear empresas, pero ni sabe engordarlas ni sabe conservarlas. Esa es una de las conclusiones que se deben extraer de la historia económica reciente. Salvo los bancos, que han conseguido un aceptable nivel de internacionalización y de relevos generacionales, en el mundo de las empresas todo hace indicar que los españoles tenemos un techo de dimensión a partir del cual es casi imposible proseguir con la construcción de un conglomerado empresarial. En breve, Crónica Global lanzará una novedad editorial (Oportunidad perdida. España desaprovecha la crisis para actualizar su modelo económico) que recogerá muchas claves sobre el particular.
La batalla que se vive en El Corte Inglés entre las hijas adoptadas por el fundador Isidoro Álvarez (Marta y Cristina Álvarez) y el sobrino y ahora presidente, Dimas Gimeno, es una de las muestras más evidentes de que la sucesión empresarial mal llevada es una autopista directa al fracaso. Dos ramas de una familia se enfrentan, cada una con sus argumentos y razones, por tener el control de una organización comercial que fue líder indiscutible del sector de la distribución en España hasta que llegó Juan Roig con su Mercadona.
La batalla que se vive en El Corte Inglés entre Marta y Cristina Álvarez y Dimas Gimeno es una de las muestras más evidentes de que la sucesión empresarial mal llevada es una autopista directa al fracaso
Dimas Gimeno fue desposeído en octubre pasado de sus funciones ejecutivas y se le reservó un puesto de presidente florero en el consejo de administración. Las dos hermanas que poseen más control sobre el capital pusieron a dos ejecutivos al frente de la gestión para impedir que su primo tocara poder. Gimeno, contrariado y molesto porque él fue quien resultó designado por el fundador para seguir con la compañía, se revolvió en su silla y se dedicó a la tarea de florista. Un día plantaba un clavel aquí, otro día cortaba una rosa allá... y sólo explicando el futuro del sector y de la compañía que preside ante los grandes foros ha logrado enfurecer a las hermanas Álvarez.
Si hoy El Corte Inglés fuera a buscar un líder para su futuro y recabara los servicios de un cazatalentos para ficharlo es posible que uno de los candidatos fuera el propio Gimeno. Con 42 años se halla suficientemente preparado para afrontar los retos que el grupo comercial deberá asumir en los próximos años: digitalización y nuevo hábitos de consumo. Conoce la empresa porque su tío le paseó por las tiendas del conglomerado de grandes almacenes desde su más tierna infancia y, además, se formó en diferentes escalones de la compañía antes del fallecimiento de Isidoro.
Gimeno es posible que acabe expulsado del órgano de gobierno. La amenaza de ser cesado cobra más vigor que nunca por el monumental enfado de las dos accionistas que se miran el futuro del grupo desde una perspectiva sobre todo financiera. Pero el día que Gimeno salga por la puerta de la calle Hermosilla se abrirá un periodo de hostilidades familiares que puede derivar en el progresivo hundimiento del gigante o en la necesidad de que algún jeque árabe (ya tienen un catarí en el capital con un 10%) se quede con todo el holding. Se sabrán cosas desconocidas, habrá batalla subterránea y nadie, absolutamente nadie, conservará todas las plumas al final de la batalla.
Que eso pase en una empresa española con unos 100.000 empleados, con una aportación al PIB tan notable y con una posición de mercado envidiable en el presente es una inequívoca muestra de la decadencia de los españoles como preservadores de las grandes iniciativas empresariales.
La crisis de El Corte Inglés es una inequívoca muestra de la decadencia de los españoles como preservadores de las grandes iniciativas empresariales
Alguien podría atribuirlo a que el comercio es un sector clásico y que por su falta de adaptación al siglo XXI suceden esas cosas. Nada más lejos de la realidad, la decadencia empresarial del país y su ánimo cainita son suficientemente fuertes para arrasar con todo. Vean, como muestra, que Manuel Lao, el hasta ahora propietario de la empresa de juego y ocio Cirsa, ha llegado hasta el final de su generación como jefe supremo de la novedosa empresa que se inventó y ha decidido darle el pase a un fondo de inversión como Blackstone (sí, el que compró las viviendas de Catalunya Caixa y hubo de ser reprendido por sus malos modales) para que se lo quede.
Lao ha hecho un pelotazo, pero sus hijos no proseguirán con el proyecto. Una sucesión mal trabada u otros problemas familiares son los que hacen que estos emprendedores capaces de crear un monstruo empresarial en una generación sean luego incapaces de trasladarlo entre su propia estirpe. Veremos qué sucede cuando Amancio Ortega falte en Inditex o Juan Roig no esté en Mercadona, las dos grandes empresas españolas de los últimos años. Sabemos lo mal que ha ido la sucesión en OHL, Planeta-Atresmedia y algunas otras no cotizadas en las que el fundador y los sucesores son del todo antagónicos y las diferentes ramas de las familias se disputan cualquier resquicio de poder y dinero existente en las organizaciones.
Que El Corte Inglés haya entrado en esa fase, después de años de mostrarse como una organización económica pulcra y bien orientada, hace pensar que más que un hecho excepcional lo que está sucediendo tiene una necesaria condición común: el país sabe hacer algunas cosas pero es del todo inoperante para otras. A saber: la conservación y el mantenimiento de sus empresas bajo normalidad y capital autóctono es una asignatura pendiente que suspendemos más por razones de corte personal que financieras o macroeconómicas.