Las afirmaciones eran contundentes. No habrá referéndum. Esta vez no se repetirá un nuevo 9N. Sin embargo, ocurrió. Las urnas se habían conseguido y estaban en las casas de los activistas del soberanismo, muchos de ellos perfectos padres y madres de familia. Como en los viejos tiempos. Como si no hubiera transcurrido el tiempo, y se trabajara desde las catacumbas, protegiendo la llama del catalanismo frente a un Estado opresor. Ante eso, el Gobierno de Mariano Rajoy no supo cómo actuar, porque, sencillamente, no se lo imaginaba ni conocía esa realidad. Y si una cuestión no entra en el esquema mental, no se puede solucionar.
Es la sociología de una sociedad. Ante unas elecciones que pueden ser cruciales, aunque también pueden mostrar un bloqueo que precise de más tiempo, y de nuevos comicios en poco tiempo, es necesario tener en cuenta esas características. La sociedad catalana, el grueso de la sociedad, la que se manifiesta cuando las entidades soberanistas la convocan, la que responde ante los dirigentes nacionalistas, tiene interiorizadas una serie de principios que pueden resultar arcaicos, fuera de la realidad, pero que existen, que son reales.
Esa Cataluña es real, como lo es la Cataluña que ha despertado cuando se la ha forzado a responder, la que quiere apoyar ahora a Ciudadanos, al PSC o al PP.
Jordi Amat, en su breve ensayo La conjura de los irresponsables --en catalán, La confabulació dels irresponsables--, refiere a ese hecho, a la idea de que lo que ha ocurrido en los últimos cinco años es que se ha querido formular una pregunta que se prefería dejar de lado, que nadie hasta ahora quería responder.
Los catalanes que han abrazado el soberanismo deben entender que el bienestar que se ha alcanzado no es para siempre
Esa pregunta, de hecho, no estaba tampoco --como le ha pasado al Gobierno del PP respecto a las urnas y a la organización del referéndum del 1-O-- en el esquema mental de la mayoría de catalanes. La independencia de Cataluña no entraba en las posibles preguntas que se debían responder.
La sociedad catalana puede despertar a corto plazo. Lo veremos a partir del 21D. Eso implicaría un ascenso de los partidos que han estado en contra de la independencia, los llamados constitucionalistas, pero también depende de la actitud de esa parte de la sociedad, hasta ahora mayoritaria en las elecciones, que ha apostado por el soberanismo.
Esa parte debe ver que no se puede asociar la actual España con el franquismo, que en Madrid no se despiertan cada día pensando en cómo debilitar a Cataluña. Debe ser crítica con sus gobernantes y preguntarse si el nacionalismo no ha sido, en realidad, una gran cortina de humo en todos estos años.
Es difícil entrar en el terreno de las sensibilidades. Ni el Gobierno del PP ni el PP catalán han sido conscientes de lo que pasó el 1 de octubre. Más allá de la ilegalidad del referéndum, lo que ocurrió fue una exhibición del comunitarismo catalán. Los que fueron a votar se abrazaban y comulgaban con una causa fraternal. Y eso no se puede despreciar. Es lo que se podría llamar como el síndrome Josep Benet, tal vez el mayor activista del nacionalismo desde la Guerra Civil, como ha mostrado Jordi Amat en la biografía del historiador, Com una pàtria (Edicions 62).
Se trata de un sentimiento, de una forma de hacer de tipo comunitario, y eso engloba todo el asociacionismo catalán, desde los más lúdicos, a los deportivos y culturales. No se entiende que el PP no lo conozca. No se entiende que el PP catalán no haya prestado atención a eso. No para abrazarlo, para alabar sus valores, sino para responder con mejor tino.
El comunitarismo de la sociedad catalana no se puede despreciar, aunque debe despertar y asumir otra realidad
¿Que resulta extraño en un momento donde lo que impera es la competencia, con una globalización feroz, y donde se piden acciones racionales? Es cierto. Lo apunta el catedrático de derecho administrativo Santiago Muñoz Machado: "Algunas personas de buena fe, catalanes de nacimiento y con buen conocimiento de su tierra y gentes, suelen decir que para resolver el conflicto hay que considerar en primer lugar que los catalanes necesitan más afecto del que les damos el resto de los españoles. Resulta difícil medir ese déficit y no puede negarse que el sentimiento exista, aunque no veamos con claridad su razón de ser".
Por eso debe ser la propia sociedad catalana la que despierte, la que entienda que lo que vale es la negociación y el pacto, que el autogobierno alcanzando es notable, que la independencia a estas alturas del partido no tiene razón de ser, y que el bienestar alcanzado no es para siempre, no hay líneas rectas en la historia --con perdón de los hegelianos-- y que se puede perder si no se hacen bien las cosas.
Es la sociedad catalana la que debe ver que se ha dejado de gestionar, que todo han sido excusas, que gobernar es difícil, claro, pero que hay que asumir las responsabilidades.
Benet hizo cosas extraordinarias, aunque no fuera una persona que se hiciera querer mucho. Formó parte de la resistencia, cuando eso tenía un claro sentido. Lo que ocurrió justo después de la Guerra Civil, en los años cuarenta, sigue siendo un misterio, porque unos pocos --católicos conservadores al inicio-- supieron alimentar esa llama del catalanismo, de una lengua y una cultura y de una sociedad. Y lo consiguieron. Pero habría que superar ya ese síndrome, aunque no se deba despreciar. En absoluto.