El que fuera presidente del Gobierno español durante ocho años parece dispuesto a sopesar sus posibilidades políticas y regresar a la arena. El enfrentamiento con el PP de su pupilo Mariano Rajoy, quien de forma silenciosa lo ha enviado a la derecha dura, es junto con otros movimientos una especie de preludio de su retorno.
José María Aznar es uno de esos políticos que se sienten ungidos por un extraño y egocéntrico sentido de la responsabilidad. Atizado, muy posiblemente, por aquellos círculos que todo apellido que se precie es capaz de reunir a su alrededor para que canten las excelencias y masajeen de manera conveniente al susodicho.
Como presidente de la FAES no hace mal papel. De hecho, de los que ha ejercido hasta la fecha es uno de los que mejor le sienta. No le conocimos en su etapa de inspector de Hacienda, aunque todo hace presagiar que tenerlo enfrente revisando una declaración de impuestos, bigote arriba, bigote abajo, debería ser un espectáculo, inenarrable para el afectado pero divertido para un espectador externo.
Para la mayoría de españolitos, un eventual retorno de Aznar no es más que una disfunción política del sistema
Que la demoscopia le conceda algunas posibilidades electorales debe haber expandido sus trabajados pectorales como algún ave en fase de pavoneo. Con esos datos en la mano, Aznar puede haber recuperado toda la energía que su antiguo amigo Cristóbal Montoro le hizo perder al mirarse las cuentas de la sociedad del expresidente.
Sin embargo, para la mayoría de españolitos, un eventual retorno de Aznar no es más que una disfunción política del sistema. Que desde su ausencia de la primera línea la derecha haya sido incapaz de cincelar un nuevo líder es preocupante. Más todavía resulta el hecho de que Aznar no pueda considerarse un prodigio de modernidad del espectro conservador, sino un espécimen político que ha conseguido, como un Houdini cualquiera, salir del tarro de formol en el que debieran vivir los que se fueron en su día y que nadie ha llamado. Ni jarrones ni cuentos chinos, una frasca de formol es suficiente para su caso.
Una eventual reaparición de José María Aznar en el escenario político haría buenas las críticas que la oposición reparte al PP y a esa España más profunda, inmovilista y resiliente al avance hacia la modernidad y el cosmopolitismo. En definitiva, un paso atrás en toda regla al que acompañaría un temor hasta cierto punto fundado.