Quim Torra no se cansa de repetir su disposición a “respetar escrupulosamente la voluntad del pueblo catalán”. Ayer insistió en ello para justificar el voto favorable de su partido a tomar en consideración una iniciativa legislativa popular para proclamar de nuevo la independencia pendiente. Sus socios de ERC no les acompañaron en esta reedición del viaje contra el muro, aduciendo las razones técnicas aportadas por los letrados de la Cámara, o sea, manifiesta incompetencia del Parlament para atender este asunto de soberanía además de la impropiedad de la ILP para proponer esta cuestión.

Respetar la voluntad popular expresada en las elecciones es una obligación de todo gobernante democrático; sin embargo es una falacia creerse que el 1-O es fuente de mandato democrático. Aquella convocatoria prohibida, que pocas voces están dispuestas a equiparar a un referéndum de verdad, fue una multitudinaria consulta popular que no adquiere ninguna pátina de legitimidad ni vinculación por mucha represión policial que hubiere durante la jornada de movilización, que la hubo. Ni todo el dolor por los políticos presos puede equiparar el 1-O a ningún mandato del pueblo catalán, en todo caso, será un mensaje potente de las bases independentistas a los partidos independentistas. Y ya sabemos el caso que les hicieron.

Torra es hoy por hoy una rémora que impide al soberanismo crítico repensar el qué hacer y cómo encauzar por la vía del diálogo la enorme fuerza electoral disponible. La épica atribuida al 1-O, traducida en un supuesto mandato inalterable, acabará por maniatar la capacidad de maniobra de los partidos independentistas y la mejor garantía de que esto vaya a suceder es la permanencia en el cargo del actual presidente de la Generalitat.

Hacerse fuertes en el 1-O tal vez sea buena idea (electoralmente hablando) para los dos presidentes, el de aquí y el de Waterloo, y para JxCat; les permite establecer un campo de acción muy limitado al entorno del mandato de los suyos, amenazando a los disidentes con la excomunión. Es la resistencia que no avanza en ninguna dirección pero que impide moverse a quienes buscan alternativas a un plan fracasado.

El incidente de desunión protagonizado esta semana en la Mesa del Parlament entre JxCat y ERC es solo eso, un recordatorio de la existencia de dos perspectivas en el seno del independentismo. Sin embargo, la igualdad de fuerzas es tal que ninguno de los socios del gobierno Torra puede imponerse al otro y aunque seguramente no piensan en otra cosa que no sea en cómo deshacerse los unos de los otros no tienen más remedio que aguantarse mutuamente. 

Esperando nuevas elecciones, se van zancadilleando como en patio de colegio. Los unos para señalar a los republicanos como poco fieles al 1-O por no haber cometido la ilegalidad de aceptar una ILP que no podía tramitarse por falta de idoneidad, según el reglamento. Los otros para poner de manifiesto que la actitud desafiante de JxCat al aceptar una ILP sin futuro es solo una pose, porque de querer repetir una sesión de proclamación de la república lo que tienen que hacer es proponerlo como grupo parlamentario y entonces la tramitación está asegurada. En provocaciones e invitaciones al desastre se entretienen, a la espera de poder desequilibrar la balanza a su favor en las próximas autonómicas.