En la década de los 60, la situación económica era maravillosa, pues un gran número de países desarrollados obtuvieron el triplete: un elevado aumento del PIB, un nivel de ocupación próximo al pleno empleo y una baja tasa de inflación. Así, por ejemplo, en EE.UU el crecimiento medio ascendió al 4,1%, la tasa de paro se situó en un 4,7% y el IPC en un 2,8%.

La mayoría de los economistas estaban encantados de haberse conocido. Creían haber descubierto las claves de la prosperidad y pensaban que en cada período los países podían elegir entre menos desempleo y más inflación o viceversa. Una disyuntiva mostrada por la curva de Phillips, el concepto económico más famoso y novedoso del momento.

No obstante, en el siguiente período la magia económica desapareció, la anterior curva pasó al baúl de los recuerdos y surgió la estanflación. Una palabra que hace referencia a la combinación de una elevada inflación y un reducido incremento del PIB. Una expresión que en los 70 en EEUU se ajustó solo parcialmente a la realidad, pues el promedio del IPC se situó en un 7,6%, la tasa de desempleo en un 6,7% y el crecimiento en un 3,1%. En la actual década, el nivel de la última variable lo firmaría casi cualquier ejecutivo de un país desarrollado.

El deterioro tuvo su origen en la disminución de la producción de crudo por parte de la OPEP. Una consecuencia de las represalias adoptadas por los países árabes contra las naciones que apoyaron a Israel en la guerra de Yom Kippur (octubre de 1973) y del triunfo de la revolución islámica en Irán (1979). La primera actuación supuso un aumento del precio del petróleo de 2,7 a 11 dólares (307,4%) y la segunda de 12,7 a 35,5 dólares (179,5%).

En los 70, el principal problema económico fue el aumento del IPC y su mayor repercusión un incremento del desempleo. La inflación subió cuando lo hizo el precio del crudo, pero no volvió a su nivel anterior cuando éste se estabilizó. Los sindicatos no aceptaron que los trabajadores perdieran temporalmente poder adquisitivo y las empresas reaccionaron a sus exigencias despidiendo a una parte de sus empleados.

La preservación del salario real de los asalariados y una tímida reacción inicial de la Reserva Federal convirtieron una inflación temporal en estructural. El banco central subió los tipos de interés, pero no los mantuvo durante el suficiente tiempo a un nivel elevado para erradicar las expectativas inflacionistas, pues no quería ser el causante de una larga recesión.

La eliminación de las anteriores expectativas desapareció cuando los agentes económicos fueron conscientes de que la Reserva Federal sería capaz de mantener durante un largo período un elevado tipo de interés de real, incluso si con ello generaba una gran contracción económica.

Un logro conseguido por Paul Volcker, nombrado presidente de la institución en agosto de 1979, al cambiar la forma de operar del banco central. Este ya no se fijaría en la evolución del IPC, sino en la de la oferta monetaria. En otras palabras, no actuaría después de que la inflación floreciera, sino antes de que esta lo hiciera, aunque la sospecha pudiera ser solo una falsa alarma.

Una medida tan radical consiguió reducir la subida del IPC desde un 14,8% en marzo de 1980 a un 2,5% en julio de 1983. Durante una parte del anterior período, EEUU sufrió una recesión generada por un tipo de interés nominal que en cuatro ocasiones llegó al 20% y uno real que alcanzó un 10,2% en mayo de 1981. En la última década, dichos tipos fueron imposibles de observar en los países desarrollados y en muchos emergentes.

En diciembre de 2021, la mayoría de las naciones avanzadas tenía un problema de inflación. Así, por ejemplo, EEUU, Reino Unido y Alemania con un 7%, 5,4% y 5,3%, respectivamente, alcanzaban el mayor aumento anual del IPC de los últimos 30 años. Un gran incremento de los precios derivado principalmente de la elevada subida del importe de las materias primas por la rápida recuperación económica y secundariamente por los problemas de la cadena logística mundial.

Las anteriores causas provocaron una considerable diferencia entre la inflación general y la subyacente y llevaron a los respectivos bancos centrales a calificar como temporal la mayor parte de la subida de los precios. Por dicha razón, a finales del pasado año, el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal tenían previsto en 2022 aumentar solo un poco sus tipos de interés de referencia y el BCE dudaba si hacerlo mínimamente o mantenerlos en el nivel actual.

No obstante, la invasión de Ucrania por Rusia ha cambiado su diagnóstico: la elevada inflación durará bastante más tiempo del inicialmente previsto. La guerra ha generado escasez de materias primas agrícolas, metales y combustibles fósiles y ha disparado su precio. Los principales motivos han sido las sanciones establecidas a las empresas rusas, la dificultad de exportar cereales desde los puertos ucranianos del mar Negro y la aparición de una demanda extra por motivo precaución.

El gran aumento de su precio beneficiará a los países exportadores de productos básicos y perjudicará a los importadores. Entre los primeros se encuentran numerosas naciones emergentes y entre los segundos la mayoría de las avanzadas. A los últimos la subida les resta PIB y obliga a sus agentes económicos a ajustarse el cinturón, pues dicho aumento equivale al establecimiento de un nuevo y elevado impuesto sobre familias y empresas. No obstante, la recaudación obtenida no se queda en la nación, sino que tiene como destino el extranjero.

Si el conflicto bélico dura unas pocas semanas más, los trabajadores aceptan temporalmente perder poder adquisitivo y las empresas reducir su margen unitario de beneficio, al trasladar a los precios de los bienes solo una pequeña parte del aumento de sus costes, la elevada inflación durará solo un poco más de lo inicialmente previsto. Por tanto, la estanflación no volverá, siendo lo vivido durante los primeros meses de 2022 casi un espejismo.

No obstante, si la guerra continúa durante la totalidad o la mayor parte del año, el aumento de la producción de materias primas en otros países es insuficiente para contrarrestar la disminución observada en Rusia y Ucrania, la subida media anual de los salarios excede con holgura el 3% en los países avanzados y las empresas trasladan a los consumidores casi todo el aumento de sus costes, la estanflación regresará por la puerta grande.

Si la inflación sigue siendo muy elevada, los tipos de interés de referencia del BCE subirán notablemente y la recuperación económica en España quedará abortada o tendrá un carácter light. En dicho caso, habremos cometido los mismos errores que muchos países avanzados en las décadas de los 60 y 70 del pasado siglo.

A pesar de lo indicado anteriormente, soy razonablemente optimista. La convocatoria del presidente del Gobierno a sindicatos y patronales para realizar un pacto de rentas y su apoyo a una moderado aumento de los salarios (por debajo del 3%) me parece un buen presagio. Si se consigue el acuerdo, éste será tan necesario y fructífero como lo fueron los Pactos de la Moncloa de 1977.

En definitiva, nos toca ser camaleones y adaptarnos rápidamente al nuevo contexto económico internacional. Hemos de realizar dos pasos para atrás (sacrificarnos todos un poco), para hacer diez hacia adelante (mejorar mucho en los próximos años). Si así lo hacemos, España continuará teniendo unas magníficas perspectivas durante la actual década y lo sucedido en el actual ejercicio no será crecimiento perdido, sino postergado.